¡Válgame Dios!, me dije. No soy experto en vestidos y cuerpos, en vestuario como identidad, en forma de vestir-imagen como comunicación, pero haber tratado de cerca tantos años –30– a gobernantes a mi paso por diferentes gobiernos, algo aprendí sobre la importancia que tiene el cuidado de la imagen personal del gobernante empezando por su forma de vestir, a lo que yo agregaría de inmediato la forma de comportarse.
La escena tuvo lugar el viernes pasado a orillas del río Pánuco donde hubo un acto conmemorativo por los 50 años de la aplicación del Plan DN-III-E de auxilio a la población civil, al que por cierto no vino el presidente Enrique Peña Nieto como se había dicho con mucha anticipación que lo haría, ni tampoco el Secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, como se había anunciado.
En un artículo de Claudia Fernández Silva, “El vestuario como identidad, del gesto personal al colectivo”, publicado en: Fernández, C. (2013). De vestidos y cuerpos. Medellín: UPB., expresa:
“Al vestirnos, preparamos nuestro cuerpo para el mundo social; por medio de la ropa que elegimos y su combinación creamos discursos sobre el cuerpo: aceptable, respetable, deseable, violento o abyecto. Nuestro modo de vestir denota indefectiblemente una toma de posición, tanto en un sentido de inclusión (a un grupo, una identificación con un género musical), de exclusión o diferenciación frente a un referente establecido (familia, compañeros de estudio, otros jóvenes del barrio). De esta manera, como artefactos culturales, el vestuario y los diferentes elementos de decorado corporal se convierten en vehículos de expresión, símbolos de identidad y declaraciones de una preferencia estética, nuestros cuerpos vestidos hablan y revelan una cantidad de información sin mediación de las palabras”.
En su forma de vestir, el joven gobernador proyectaba exactamente el desorden que es y que tiene su gobierno; una pieza de un color, otra de otro, una tercera de otro tono; sin uniformidad que lleva a la falta de coherencia; sin orden, que denota descuido; improvisación porque elije al azar, sin planear, en su caso, ni siquiera el tipo de ropa y los colores que va a usar al día siguiente o para tal acto según su importancia; sin darle relevancia a la alta representación que tiene al no vestir apropiadamente de acuerdo a su investidura, olvidando el dicho de que como te ven te tratan, lo que explicaría por qué nadie lo toma en serio y todos le faltan al respeto.
Es evidente que no tiene un asesor de imagen, que esté al tanto de él, que le sugiera, que le aconseje, que lo vista de acuerdo a la actividad que va a encabezar o al acto al que va a ir para que proyecte el mensaje adecuado. Cuidar cómo se vista un gobernador no me parece detalle menor porque él representa, él es la imagen de la institución Gobierno del Estado.
La fotografía
Pero, qué duda cabe, el del cuidado de su imagen personal fue otra de las grandes fallas que tuvo en su gobierno ya casi a punto de terminar. El 10 de febrero de 2012 publiqué una columna (“La fotografía”) que en su mayor parte transcribo como ejemplo de lo que digo:
“Viendo la fotografía me puse a pensar si es que además de viejo me estoy volviendo conservador. Lo sigo pensando. Si yo estoy mal o si exagero. O qué me pasa, pues por naturaleza me gusta, me encanta la informalidad en el vestir. Durante muchos años trabajé en el Gobierno y para mí era un sufrimiento disfrazarme con traje y corbata, usar zapatos formales y todo lo que ello implica. A veces despierto asustado cuando sueño que para mi entierro me ponen traje y corbata y todas esas cosas que muchas familias acostumbran para que, aunque ya cadáver, se vea uno ‘presentable’ (así dicen). A la mía ya le he pedido que me dejen descansar en paz poniéndome la ropa más cómoda que hallen, es decir, informal.
Viendo la fotografía me puse a pensar si ya no veo la vida como la ve un joven…
Viendo la fotografía también me puse a pensar si es que las reglas de etiqueta, el protocolo, las prácticas, los usos y costumbres oficiales, también han evolucionado; si ya se han roto o se pueden romper sin que se cometa alguna falta y si es la moda y se acepta con toda naturalidad; si han cambiado y no me he dado cuenta y me quedé en el pasado.
Viendo la fotografía ayer temprano –ya la había observado en los portales desde la noche anterior, pero por las prisas no reparé mayormente en ella– en la primera plana del Diario de Xalapa me puse a pensar en lo que significa representar a una potencia mundial, a una de las siete mayores economías del globo terráqueo, a una nación prototipo de la puntualidad, de la etiqueta, que fue el imperio que dominó al mundo entre los siglos XVI e inicios del XX, que este mes de febrero está celebrando los 200 años del nacimiento de Charles Dickens, que tiene a una realeza real, cuna del máximo dramaturgo de todos los tiempos William Shakespeare, que creó al prototipo del hombre de acción del mundo civilizado, valiente, héroe, seductor y extremadamente elegante como James Bond, entre otras consideraciones.
Viendo la fotografía me pregunté si sería motivo de un análisis serio, de una discusión en el aula de las facultades de periodismo o de comunicación o de estrategias comunicacionales o áreas afines, de una disección detalle a detalle entre maestro y alumnos, entre profesionales de imagen y de medios, si es que alguien la captó o lo captó.
La fotografía, que apareció en casi todos los medios impresos y en buena parte de los portales informativos, muestra a la embajadora del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte en México, Judith Macgregor… en una reunión oficial, protocolaria, de gobierno a gobierno, teniendo como escenario al centro de ambos las banderas mexicana y británica y la de Veracruz más grande.
Ella se ve vestida apropiadamente, pero a mi juicio, y de ahí mi inquietud personal de que yo ya esté chocheando y viendo las cosas como no correctas, nuestro joven Ejecutivo debió haberse vestido diferente para la ocasión, totalmente formal, aunque nada más hubiera sido para la foto, pues aparece con zapatos informales de hebilla metálica en el empeine, pantalón oscuro, camisa blanca abierta del cuello y sin corbata, chamarra negra. Acaso su joven sonrisa natural suaviza el contraste, pero yo le hubiera sugerido la gala. Representa a un pueblo, a un gobierno. Los visitantes, los ilustres visitantes, debieran llevarse la mejor impresión personal de sus interlocutores, de sus anfitriones, máxime si son autoridades.
Acaso ya estoy viejo y me quedé con el pie en el acelerador del pasado. Acaso los hechos, el tiempo me lo clarificarán, y ojalá y sea pronto para actuar en consecuencia.
Pero si no fuera así, si no estuviera equivocado, entonces creo que nuestro joven Gobernador, por el que siento simpatía porque sé que quiere hacer bien las cosas, entonces tiene al enemigo en casa, a unos asesores que sólo le están sacando la lana, que no lo cuidan ni le cuidan la imagen, que no le sugieren, que no le indican, que no le advierten, que no le hacen notar, que no lo aconsejan, que no lo ayudan, que lo exhiben y lo exponen ante la opinión pública.
No es ético pero hoy día los asesores y los equipos de imagen, con la facilidad que otorgan los programas informáticos, truquean o trucan –así también dicen los informáticos– las imágenes para que sus productos, incluyendo los humanos, tengan el mejor ‘empaque’, la mejor ‘envoltura’, la mejor presentación y ‘vendan’ o proyecten el efecto que se pretende, para lo cual, en el caso de las personas, ‘maquillan’, quitan arrugas, papada, ojeras, cicatrices, lunares, manchas, o las ponen, según el caso, pero también ‘editan’, esto es, hasta pueden poner otro cuerpo a un rostro, es decir, ¿por qué no, si es que yo no estoy mal, se le ‘cambiaron’, por ejemplo, los zapatos al gober, o en la pantalla se le ‘cerró’ la camisa y se le ‘puso una corbata?”. |