—Hola, Alfredo, ando buscando a Efrén. ¿No lo has visto de casualidad? —el que pregunta es un resabio del hipismo sesentero: pantalones de mezclilla, una chamarra de cuero negra que viene desde aquellas épocas, pelo largo y agarrado en una cola de caballo grisácea; sobresale en el bolsillo de su camisa una cajetilla de Delicados y en la mano izquierda sostiene un libro de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes.
—Estaba aquí hace un rato, pero se fue a su casa con Julio —responde Juan José con su vozarrón de locutor de la W de mediados del siglo XX.
—¿Con Julio? —Se pregunta en voz alta Alfredo—. No conozco a ningún Julio entre sus amigos. ¿Quién es ese?
—¿Julio? Pues no hay otro: Julio Cortázar. Se fue a su casa a terminar de leer Rayuela, en la segunda modalidad propuesta por su autor.
Ahora ya no se pueden escuchar esas conversaciones tan culteranas en Xalapa. Y no porque ya no las haya, sino porque el ruido que hace la rabia de los que gritan en la calle no deja escuchar nada. O sí: se escuchan sus consignas, sus exigencias, sus comentarios:
- “El pueblo unido jamás será vencido”.
- “No que no, sí que sí. Ya volvimos a salir”.
- “No somos uno ni somos cien. Prensa vendida, cuéntanos bien”.
- “Yo vine a reclamar aquí porque no me han pagado mi quincena…” (o una vasta variedad de pagos extraordinarios: …mi bono de productividad …de puntualidad …mi bono por el Día del Maestro …mi compactable …mi ayuda para despensa …mi apoyo para lentes …para libros y material didáctico …mi segunda parte del aguinaldo …mi quinquenio…)
- “Yo la verdad no reclamo nada, porque a mí sí me han pagado mi quincena, así que asisto solamente para acompañar aquí a los compañeros”.
- “Yo estoy aquí porque me invitaron mis vecinos, y prácticamente toda la cuadra se dejó llegar”.
“Yo ni sé por qué estoy aquí, pero da coraje ver cómo nos robaron todo esos pillos, así que vine a mentarles la madre”.
“Cuando menos me desquito gritando…”
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