La confronta entre un gobierno de alternancia –emanado del antiguo régimen- y esa oposición derrotada –que apenas hace unos meses dejó ir el control del estado tras 78 años de haberle gobernado- evidencian que el juego político al que nos enfrentamos como ciudadanos es simplemente mezquindad pura.
A nadie de los representantes populares, les importa un carajo, lo que Veracruz y sus casi ocho millones de veracruzanos enfrenten, si la crisis económica los obliga a tener que tener tres o cuatro ingresos, con el objeto de medio subsistir, mucho menos les interesa atender el impacto de los gasolinazos, porque a ellos, eso les viene guango, no les importa, pues les pagan el combustible para sus traslados.
En los hechos lo expresado por Ovejero, llama a reflexionar sobre qué sentido tiene el mismo sistema político, cuando nos cuestiona Democracia, ¿para qué?
El catedrático español apunta: Lo dijo John Adams: “Delegar el poder de la mayoría en unos pocos entre los más sabios y los más buenos”. Lo repitió Madison: “Conseguir como gobernantes a los hombres que posean mayor sabiduría para discernir y más virtud para procurar el bien público”. Y Jefferson: “Permitir que los aristócratas naturales gobernaran de manera más eficiente posible”. Los votos de ciudadanos ignorantes y sin virtud cívica escogerían a los mejores, a los sabios y santos. Y salió Trump.
Al transpolar ese mismo planteamiento a nuestro cotidiano, nos hace pensar, y así salió Javier Duarte, un personaje, al que el aparato de estado –gobierno federal- hoy protege, pues no conviene por ningún motivo que reaparezca, pues todo –política, y administrativamente- como lo conocemos, simple y sencillamente se iría a la chingada.
Desgraciadamente –apunta Ovejero-, la política no es como el mercado. Bueno, sí, es como el mercado que no funciona, como el mercado con información asimétrica, cuando uno no sabe lo que adquiere, cuando elige a ciegas y le venden la mula ciega. Siempre se vota a tientas. Entre las circunstancias que concurren en ello hay una inexorable: la política está orientada hacia un futuro incierto por definición. No hay manera de especificar hoy en un contrato soluciones a retos que descubriremos mañana.
Y observando cómo se las gastan nuestros políticos veracruzanos, cuando en un momento crucial para el estado deben votar por reestructurar una deuda hereda en su mayoría, otra parte de este texto devela claramente sus mentalidades: “Ningún alcalde reformará su ciudad si las obras duran más que el ciclo electoral. Se imponen el corto plazo, la velocidad para renovar las broncas y la pirotecnia.” “La verdad no importa. Nadie espera a comprobar si el corrupto lo es, mientras exista un titular que arrojar a las redes. Lo importante es ganar la mano. Aunque no se sepa muy bien qué decir sobre el fracking o la reproducción asistida, hay un algoritmo infalible: apostar en contra de la opinión del contrario. Más tarde ya se encontrarán intelectuales públicos dispuestos a sacrificar el conocimiento consolidado (lo han denunciado en economía Cahuc y Zylberberg en Le négationnisme économique).”
Lo que importa ahora en Veracruz no es por el futuro del estado, traducido en planes transexenales, si no por el futuro inmediato, ese traducido en las próximas elecciones, que le desdore en la medida de lo posible el escenario del que hoy gobierna por mandato popular, eso a final de cuentas pesa más, y nuevamente la pregunta ¿y los ciudadanos?
Porque ciertamente como apunta este catedrático catalán: “No es nuevo. Es la lógica electoral de las democracias. Lo nuevo son las redes sociales, que amplifican las resonancias. Cuando el titular desplaza al argumento, los 140 caracteres son alivio, antes que limitación, como sucedía con el etcétera en la magistral apreciación de Jardiel Poncela: “El descanso de los sabios y la excusa de los ignorantes”.
Perpetúas elecciones, problemas en espera y la vida cívica falsamente encanallada. El único horizonte es la próxima campaña electoral y siempre hay alguna. En realidad, las elecciones degradan el debate democrático. Un debate, no se olvide, ya de por sí reducido a unos pocos con suficientes recursos para superar las costosas barreras de entrada del mercado político, para financiar campañas y tecnologías que permiten modular un relato (una mentira) a medida de cada cual, para que solo escuche lo que quiere escuchar, esto es, para que ignore casi todo lo demás.
En esas circunstancias peligra el vínculo entre elecciones y calidad democrática. Incluso peor: las elecciones resultan vivero de las patologías. He dicho elecciones, no representación ni participación. El aviso, obligatorio en nuestros tiempos, resultaría innecesario para los clásicos, los Rousseau o los Montesquieu, para quienes las elecciones poco tenían que ver con la democracia, según nos recordó Manin en Los principios del gobierno representativo. Para ellos, el sorteo aseguraba una mejor representación. Las elecciones, si acaso, servirían para detectar aristocracias naturales, a los mejores. Pues eso. Que no.
La pregunta es si debemos revisar los diseños institucionales que hasta ahora nos han servido, no me atrevo a decir si para bien o para mal, visto lo visto y a la espera de lo que nos queda por ver. En esencia, proponen aligerar la presencia de los partidos en competencia electoral e incorporar mecanismos de participación, deliberación, mérito, asesoramiento experto y… sorteo. Sí, sorteo, el más clásico de los procedimientos democráticos. Sus virtudes, vistas las disfunciones de nuestras democracias, no son desdeñables: permite la representación de minorías y de mayorías desatendidas, sin la ortopedia antidemocrática de los cupos; disuelve las barreras de ingreso en la participación; elimina los encanallamientos partidistas, el griterío gestero de las falsas discrepancias; socava la corrupción asociada al coste de las campañas; acaba con la instrumentalización de instituciones -justicia, organismos supervisores- sometidas a la partidocracia. Por supuesto, el sorteo también tiene problemas, que invitan a administrarlo en dosis y en formas híbridas.
Aun cuando Morena es el único instituto político que actualmente aplica este procedimiento el sistema no es sensible al cambio. No hay demanda ciudadana ni oferta política. Los votantes, humanos, somos animales de senda y detestamos las novedades. Y los partidos, obviamente, no quieren suicidarse.
Bajo este argumento, solo nos cuestionamos ¿hasta cuando nuestros políticos –simuladores profesionales- dejarán de lado la frialdad con la que juegan este simulacro?, la sociedad se está cansando del espectáculo y al rato las consecuencias serán funestas, a Veracruz le urgen hombres y mujeres con verdadero sentido político, y no pendencieros que busquen seguir llenando las talegas a costas del pueblo.
Al tiempo.
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