Sí, ambos personajes se parecen, no tanto por sus rasgos sino por el porte marcial, como que siempre están parados en posición de firmes (la barbilla levantada, la mirada seria y hacia el horizonte, la columna recta, los brazos pegados a los costados con las manos abiertas, los pies juntos en los tacones y separados en un ángulo de 45 grados, los zapatos boleados). También los asemeja el corte de pelo casi a rape y una cierta actitud de sumisión en sus gestos y su postura.
Ambos se ponen a revisar la carpeta del día correspondiente, dan con el archivo del audio y se disponen a transcribirlo: uno, dicta perdido en unos grandes audífonos, y el otro escribe en la computadora. En ésas están cuando entra a la habitación un tercer individuo: la misma pinta, similar actitud, que les dice a manera de saludo:
—¿Y ora qué están transcribiendo? ¿Algo importante que se haya revelado?
El que escribe responde que no, que no ha habido ninguna información trascendente en los teléfonos que tienen intervenidos; que como siempre solamente han escuchado puras conversaciones insulsas; nada que valga la pena
—Entonces, ¿por qué están escribiendo esa plática? ¿Por fin encontraron algo que tenga alguna importancia, lo que sea?
—No, bróder —responde con desconsuelo el escribano—. Nomás oímos puras cosas de señoras: que si fueron al mandado; que si no les quedó el corte de pelo; que los niños están muy traviesos. Por eso le dije al jefe el otro día que para qué seguíamos interviniendo esos teléfonos, como si sus propietarios fueran tan majes como para decir cosas reveladoras en el aparatito. Y que, además, sus esposas y sus hijos ni idea tenían de lo que hacían ellos. Y las sirvientas menos.
—¿Y entonces?
—Estamos escribiendo una receta muy buena de los chiles rellenos. Se la voy a pasar a mi esposa porque quiere aprender a hacerlos, y hay un periodista que tiene una suegra que es una cocinera de las buenas, de las de antes, que se sabe todos los secretos de la cocina. Se la dijo completita a su nuera. Es toda una joya.
—Pues amigo, ponle emoción a la escritura porque me vas a tener que pasar una copia. El otro día escuché que el Jefe se quejaba con su vieja de que nunca le hacía chiles rellenos, que tanto le gustan. Así que esta receta se la voy a pasar a la cocinera para que los haga y quede bien con los señores. Eso sí, ¡ella me va a tener que pagar el favor con sus encantos! ¡Qué le vamos a hacer!
—Va, entonces, amigo. ¿Ya ves cómo estas intervenciones telefónicas sí sirven para algo?
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