El patético circo por medio del cual el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) designó a quien será su candidata al gobierno de la Ciudad de México el año entrante, es una muestra clara de la vena autoritaria con la que se toman las decisiones en ese partido.
Para nadie que tenga más de dos dedos de frente es un secreto que la supuesta y fantasmagórica “encuesta” de la que salió “victoriosa” la jefa delegacional de Tlalpan, Claudia Sheinbaum, tuvo en realidad un solo entrevistado real: el dirigente nacional de Morena, Andrés Manuel López Obrador.
Tan fue una farsa, que en Morena se negaban a dar a conocer los datos del “levantamiento demoscópico”, bajo la excusa de una confidencialidad absolutamente injustificable en un régimen democrático. Al final, dieron a conocer números y porcentajes que no convencieron a nadie, pero que incluso dándoles el beneficio de la duda, lo que revelan es una muy pobre aceptación ciudadana de los aspirantes, que por lo mismo, necesitan por fuerza “colgarse” de la imagen de López Obrador para ser competitivos.
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Y sin lugar a dudas, el arrastre que definitivamente López Obrador sí tiene entre amplios segmentos de la población puede ser garantía para que candidatos sin base social que los respalde, desconocidos e incluso con reconocida mala reputación, ganen elecciones cobijados por un partido en el que las decisiones son completamente verticales, y en donde aceptar esas condiciones es el precio a pagar por entrar al “paraíso” lopezobradorista, que a últimas fechas puede ser garantía de acceso a presupuestos y poder político.
Sin duda, la vena priista del lopezobradorismo se manifiesta en todo su esplendor en uno de los rituales que son la esencia misma del viejo sistema político mexicano, el que tiene su raíz en el nacionalismo revolucionario surgido de la tradición de los caudillos: el del gran elector, que gracias al poder que ostenta y ejerce, se reserva para sí la atribución de “palomear”, elegir y designar candidatos. Y en el caso particular de Andrés Manuel, de erigirse a sí mismo como el único candidato posible, apelando para ello a “votaciones” a mano alzada de las masas que lo aclaman.
Estas prácticas, que de ninguna manera son democráticas aunque se les quiera disfrazar como tales, son común denominador de Morena en todo el país, aunque con diferentes estilos, como el de la tómbola y otras ocurrencias similares. Y por eso mismo, entrañan grandes riesgos que ese partido ya ha sufrido en carne propia, al colárseles como militantes personajes de los que luego terminan renegando, como ha sido evidente en el estado de Veracruz con los casos de los diputados Sebastián Arellano, que a las primeras de cambio abandonó a la bancada de ese partido en la LXIV Legislatura del Congreso del Estado y terminó como panista; y Eva Cadena, la tristemente célebre protagonista de los videoescándalos de este año de entrega de dinero ilegal para hacer política.
Las definiciones de las candidaturas de Morena en Veracruz para los procesos electorales federal y estatal de 2018 no serán a través de métodos muy diferentes al de la simulación que vimos en la Ciudad de México. Porque ahí hay un solo gran elector, Andrés Manuel López Obrador, y en su partido sólo se hace lo que diga su dedito.
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