A un lado de quien resulte finalmente designado, lo que ha quedado como experiencia de la forma de elegir a la máxima autoridad universitaria, es que el modelo de una junta de notables conformada por nueve científicos o académicos reconocidos conlleva un defecto contra la democracia.
Si nos atenemos a la concepción que tenían los griegos sobre el término, la democracia es el poder que ejerce el pueblo para elegir a sus autoridades y representantes. Un sistema democrático, entonces, trata de tomar en cuenta de la mejor manera la voluntad de todos los miembros de la comunidad involucrada en la elección.
Pero en la Universidad Veracruzana, la voluntad “popular” sólo la ejercen nueve personas. Sí, personajes muy reconocidos, muy honorables, muy conocedores… ¡pero muy poquitos!
Sé que hacer una elección universal en la que participe toda la comunidad universitaria -alumnos, maestros, investigadores, empleados y funcionarios- sería entrar en un proceso sumamente complicado; acato que es más cómodo dejar la decisión en un grupo reducido de notables. Pero la democracia es así precisamente: complicada, lo que es una de sus virtudes, aunque no lo parezca.
Veo en mi utopía a los universitarios veracruzanos levantados en discusiones, en confrontaciones, en diálogos, en el debate total. Preveo que los alumnos de Humanidades apoyarán a un maestro revolucionario, tal vez los de Derecho a un político reconocido, los de Artes a un ejecutante; seguramente los investigadores querrán un acucioso especialista en cualquier área del conocimiento. Casi estoy seguro de que habría manifestaciones a favor y en contra, paros y levantamientos.
Pero así es la democracia. Así debe ser.
Nuestra máxima casa de estudios está conformada por los mayores representantes del conocimiento y la inteligencia. Los catedráticos y los investigadores deben ser los mejores del estado; sus alumnos, los más capaces y mejor educados, no por nada pasaron por el tamiz del exigente examen de admisión del Ceneval, tan difícil como incorrupto. Así que debe ser un conglomerado maduro, conocedor, inteligente. Y por eso se merece que su voluntad personal se exprese directamente en las urnas y no tenga que ser interpretada o adivinada por un consejo de notables, varios de los cuales no conocen a la universidad en lo interno.
De ser reelegida Sarita (como le dicen a la doctora Ladrón de Guevara con afecto y respeto sus colaboradores cercanos), y como ya no tendrá oportunidad de reelegirse una vez más, tendrá ante sí el tiempo y la oportunidad de preocuparse en los próximos cuatro años por democratizar, por universalizar (la democracia implica necesariamente la universalización) el proceso de designación del Rector o Rectora.
Sería el suyo el gran legado de la democracia, junto con lo que haya hecho y hará por mejorar lo académico.
Todos se lo aplaudiremos, si lo logra.
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