Siendo honestos, la muerte de Mara Fernanda Castilla, como la de las 169 mujeres asesinadas solamente en lo que va de este año en Veracruz, o las 89 a las que les arrebataron la vida en Puebla en el mismo periodo de tiempo, y las incontables que todos los días suceden en México, son culpa nuestra.
Como sociedad, es nuestra culpa que sólo hasta que la muerte nos pasa de cerca o la violencia toca a un conocido o a un ser querido, alzamos la voz para exigirle a los gobernantes lo que deberíamos pedir en todo momento: que hagan su trabajo y cumplan con su responsabilidad mínima, que es brindar seguridad a la población.
Es nuestra culpa por banalizar los asesinatos de mujeres con señalamientos del tipo “para qué se viste así”, “cómo anda sola a esas horas de la madrugada”, “seguro que lo provocó”, “algo debe de haber hecho”, “una chica decente está en su casa a buena hora” y otros deshonestos estigmas con los que se terminan por justificar las agresiones más brutales.
Tenemos la culpa de que cualquiera se sienta con derecho a atacar a una mujer cuando como sociedad mantenemos incólume un sistema de impartición de “justicia” en el que las víctimas tienen que demostrar que no “disfrutaron” una violación, o que estando rodeadas por agresores, no pudieron impedir que éstos “toquetearan” y penetraran sus genitales, y por lo cual, tarde que temprano, por obra del poder que da el dinero o el influyentismo, los ofensores saldrán libres.
Cómo no sentirse culpable cuando desde medios de comunicación dizque plurales y “defensores” de la libertad de expresión, se denuesta a quien protesta por las omisiones del gobierno para proteger a las mujeres, con tal de proteger sus propios, mezquinos e inconfesables intereses. Y utilizan para ese fin a sicarios de la pluma que lo mismo ofrecieron sus “servicios” como amanuenses para los regímenes anteriores que para el que ahora dice que trajo consigo el “cambio”, que no se ve por ningún lado.
Somos culpables por no exigir a nuestros “representantes populares” que cumplan con la ley para proteger los derechos de las mujeres sin anteponer sus prejuicios religiosos, mientras a nuestro alrededor todos los días hay alerta por mujeres vejadas, desaparecidas, asesinadas.
Nuestra culpa es todavía mayor porque desde el seno de nuestros hogares no educamos a nuestros hijos varones en el respeto, la equidad, la igualdad y la solidaridad con las mujeres, y en cambio, les seguimos enseñando a usarlas como fábricas de hijos, “lavadoras con patas” y simples objetos para saciar el apetito sexual.
Es nuestra culpa, Mara, que te arrebataran tu futuro, tus sueños y tu vida. Perdónanos.
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