Para tal fin, ubicó el crédito hipotecario que era más acorde a sus posibilidades, hizo cálculos según sus ingresos y creyó entender los términos del contrato de apertura de crédito simple con interés y garantía hipotecaria con cuya firma accedería a la cantidad que necesitaba para construir.
Al principio todo transcurrió con normalidad pero tan pronto comenzó a atrasarse en el cumplimiento, hecho derivado de que la forma de hacer el pago del crédito, le había sido explicado de modo diferente, a la forma en que aparecía redactado en el contrato, su crédito fue bloqueado y ya no le aceptaron más abonos.
Impago que tuvo la lógica consecuencia de generarle ‘muchos’ intereses; así la deuda fue creciendo al grado de resultar impagable. Y al cabo de unos meses llegó una demanda a su domicilio, en donde le informaban el plazo que tenía para pagar ó en su caso, oponer las excepciones que para el caso de no hacerlo tuviera, es decir, contestar la demanda.
Con aproximadamente doscientas hojas en copias con sellos de un juzgado y firma de diversos funcionarios judiciales, números y rúbricas (que le habían llegado como demanda); el sueño de tener casa propia se convirtió en pesadilla.
Sintió entonces -según me comentó cuando nos conocimos- que todo se había acabado para él, el no tener dinero para pagar la cantidad total del crédito que le reclamaban. Pues lo que había pactado pagar en 20 años, ahora tenía que pagarlo en cinco días. ¿Qué respuesta le daría a su familia?
Quizá esto, la parte moral de un adeudo, la falta de respuestas y soluciones ante la insolvencia es lo que más lastima y da la sensación de sentirse solo, acorralado, desahuciado…
Corrió a la Comisión Estatal de Derechos Humanos, dice que le dijeron que eran “incompetentes” (muy cierto) para conocer de su caso, que ellos no podían intervenir. Alguien le recomendó entonces que buscara al Barzón, señala que hizo su propia investigación y concluyó que esto era una opción para él.
Así fue… hace apenas un año y medio de eso. En su momento contestó la demanda, y con apoyo de nuestra Organización logró un acuerdo justo de pago, para pagar su casa. Su suerte cambió pues después de no tener respuestas para nada, logró resolver todo del mejor modo posible.
Una vez que concluyó la amarga experiencia que le trajo enfermedades, desavenencias laborales, familiares, entre otros males, su historia se cerró cuando el Banco se desistió del juicio en su contra y a través de un convenio judicial se daba por pagado de todo lo que le había reclamado. Al mismo tiempo que ante Notario Público se otorgaba la cancelación de la hipoteca que pesaba sobre el bien.
No son muchas historias las que podemos contar de principio a fin, porque diariamente conocemos y recibimos a nuevas personas que en conflicto con el sistema financiero se encuentran en riesgo de perder su patrimonio, con quienes hay andar un camino a veces largo y a veces más breve. Pero todas son historias de vida, que nos hacen reencontrarnos con nosotros mismos, reconocernos y rescatarnos del dolor y encontrar la fortaleza para salir adelante.
Pero este caso, el de Isidro, podemos contarlo con un gran final, pues logró negociar su deuda y no perder su casa, dejándonos una gran enseñanza: que no basta creer que entendemos los contratos que firmamos. Necesitamos estar seguros de lo que estamos contratando y saber qué opciones existen y que pasará si por algún motivo no pudiéramos cumplir en tiempo y forma con lo que nos obligamos.
Hacer lo contrario, puede generarnos contratiempos y pérdidas, no sólo económicas.
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