Lo que resulta ridículo es que Anaya también será candidato de dos partidos de “izquierda”: el de la Revolución Democrática y Movimiento Ciudadano, reducidos a meros cascarones vacíos. Institutos políticos en decadencia que buscan salvarse de la desaparición postulando a un personaje que ni de cerca representa los valores de justicia social que alguna vez enarbolaron con aparente convicción, y que de llegar a ganar las elecciones, no tendrían mayor injerencia en la definición de las políticas públicas. Lo suyo, es conservar el acceso a presupuestos y cargos públicos.
En el mismo espectro de Anaya se encuentra la aspirante independiente y ex panista Margarita Zavala, quien probablemente logre su candidatura gracias a una estructura armada desde el partido en el que hasta hace poco militó. Lo único que la diferencia de Anaya es que éste resultó un verdadero maestro de la traición y el doble juego. Un “gandalla” que la obligó a renunciar al PAN. Fuera de eso, hay más similitudes que discrepancias programáticas entre ambos.
Ni qué decir del virtual candidato de la alianza PRI-PVEM-Panal, José Antonio Meade. Ex colaborador de Felipe Calderón, de Enrique Peña Nieto y hasta de Vicente Fox, es un consumado tecnócrata, fiel a las recetas económicas de los mercados globales que crean elites de multimillonarios y cinturones mundiales de miseria, y cuya praxis política está decididamente más cerca de Adam Smith que de Karl Marx.
Por la misma ruta se encuentra Jaime Rodríguez, alias “El Bronco”, representante de la oligarquía empresarial conocida como los “barbaros –en el sentido medieval del término- del norte”, y que gracias a que puso a trabajar en ello a todo el gobierno de Nuevo León, sin problema accederá a la candidatura independiente.
Pero el caso que resulta completamente patético es sin duda el de Andrés Manuel López Obrador, cuyo mesianismo populista-redentor nada tiene que ver con la izquierda de cuya bandera se ha apropiado, y sí con la derecha más recalcitrante, oscurantista y retrógrada.
A su larga cadena de desatinos políticos, incluidos el asambleísmo cuasi-fascista para someter a consulta derechos humanos y civiles y hasta al propio sistema de justicia –no olvidar su propuesta al fin aceptada abiertamente de amnistiar narcotraficantes “arrepentidos”-, el lopezobradorismo hipócrita agregó la descarada manipulación política del fervor religioso al asociarse, con un oportunismo miserable, con figuras religiosas, echando a la basura el laicismo del Estado y su propia impostura juarista.
Si no lo cree, baste ver la alianza de Morena con el Partido Encuentro Social, surgido de un grupo pastores evangélicos que encontraron en la política un extraordinario negocio, y que son igual de reaccionarios que la “ultra” panista, opuestos diametralmente a los postulados sociales de esa izquierda a la que falsamente López Obrador dice representar. Todo sea por ganar las Presidencia.
De manera que todos los contendientes en las elecciones presidenciales de 2018 –la zapatista Marichuy difícilmente obtendrá las firmas necesarias para ser candidata independiente- son de derecha, conservadores e incluso reaccionarios. Y eso, no representa la diversidad cultural, política y social de este país.
Asueto
Esta columna y su autor se tomarán unos días de asueto para compartir el fin de año con los seres queridos. Se retomará su publicación el próximo 3 de enero.
A sus lectores y editores, gracias. Felices fiestas.
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