En el encuentro de Tijuana, tanto Meade como Anaya desperdiciaron tiempo atacándose. Ya es notorio el problema personal que tienen, mismo que a su vez les impide dirigir totalmente su artillería al puntero en las encuestas.
Pensé que López Obrador no respondería ataques o permanecería como en el anterior debate: pasivo y hasta “lampareado” ante los golpes de Ricardo Anaya. No fue así, le enfrentó e incluso lo tildó de “cínico y farsante”, mientras lo mirada retadoramente. El AMLO del segundo debate, con sus bromas y ocurrencias, logró brincar el “Tijuana-Gate”.
No olvidemos que cada quien entra al debate sabiendo su lugar en las encuestas. Si Anaya fuera el puntero no buscaría exhibir a como dé lugar las limitantes de AMLO, por el contrario, adoptaría una actitud más expectante, administrando su ventaja. Recordemos al López Obrador que compitió con Peña Nieto, muy distinto al actual, pues en ese entonces estaba obligado a remontar, como intenta ahora el candidato del Frente.
Perder o ganar un debate no significa perder o ganar una elección; de hecho, suele ser muy difícil que posterior a un ejercicio como éstos se pierda una posición en las encuestas, tendría que “ventilarse” ahí, en cadena nacional y en vivo, un escándalo prácticamente de proporciones mayúsculas. El buen resultado de un debate debe acompañarse de una gran estrategia pos-debate.
En Tijuana, frente a un público participante en el foro, el tono de las descalificaciones entre candidatos se agudizó; predominaron los ataques y señalamientos directos. Fue el debate de los adjetivos calificativos. Veremos qué predomina en el último capítulo de la serie, el choque final en Mérida.
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