Tendría yo entre 4 o seis años cuando conocí a David, quien llegaba al vallado de matorral de la casa del abuelo y lanzaba un silbido… Lety, la Güera, mi prima, salía a su encuentro. No sé cómo la conoció, pero de ella se enamoró. Mi prima decía que era su novio y él se emocionaba. Quién sabe cuánto tiempo pasó pero de la cerca de matorral se pasó a una barda con alambrado que aún permanece, y recuerdo que aún arañando mis 20 años, escuchaba ese silbido en la esquina de la casa y mi prima seguía saliendo. Los padres de David adoraban a la Güera. ¡Cómo no! Si era capaz de hacer que le brillaran los ojos a su hijo.
Lo último que me contó mi prima es que David ya casi no salía de su casa… que había sufrido un ataque o dos al corazón… y el silbido por la tarde en la esquina de la casa dejó de escucharse.
III
Su hijo se comportaba raro. No mostraba reacciones, así lo molestaran los otros niños. El diagnóstico de las maestras del pre-escolar era que tenía autismo, aunque la psicóloga decía que requería mayor atención.
Un día, la maestra informó en junta con padres de familia, que como cada fin de ciclo, habría de realizar su grupo un baile y requería de las mamás o papás para que bailaran con sus hijos. Él acudía a los ensayos con el chaval que no entendía ningún compás de la música que la maestra ponía lo que hacía sacarla de sus casillas e insistía al padre ensayar en la casa.
El papá pensó que el ritmo podría percibirlo su hijo… pero no… el niño se quedaba quieto, no se movía ni parecía que hubiera algo que lo motivara… hasta que entonces, faltando dos días para el famoso festival, el padre tuvo una idea: contar los pasos del baile y empezó con 1-2-3-4 a caminar. ¡Con los números, el niño empezó a moverse! 1-2-3-4 y se movía… el padre siguió contando más rápido y el niño ya bailaba.
El día del festival, cuando tocó el turno al grupo, el padre escuchó a la maestra: “me va a echar a perder el baile”, en clara referencia a su hijo. Empezó la música y con su hijo sujetado a la mano, empezó a contar 1-2-3-4, 1-2-3,4, 1-2-3-4 y estaban bailando. En cierto momento de la canción, tenían que separarse y encontrarse después de formar un círculo… el miedo de que el niño ya no oyera su voz y dejara de bailar se adueñó del papá… ¡y se separaron! pero vio que el niño siguió bailando, formando su medio círculo, hasta que su mano se volvió a encontrar con la de él…
Tras terminar el baile, abracé a mi hijo y lloré… muchos años después sabría que tiene Síndrome de Asperger.
IV
Quizás por eso es que me hace ruido ese encabezado de la nota de un periódico nacional que se combina con las declaraciones de la entrevistada… en la inclusión del Instituto Nacional de Bellas Artes percibo como un dejo de discriminación cuando la misma Lidia Camacho, directora general del INBA, cita que siempre han estado interesados de manera puntual “en el tema de la inclusión en las artes, como la reciente convocatoria del Conservatorio Nacional de Música que se llama ‘Piano para todos’ y también da cabida a estas personas”.
“A estas personas”... la inclusión es rara… de cierto modo, creo que segrega así como lo hizo el periódico y como lo declara la funcionaria.
De la nota, me quedo con el nombre de la exposición: “Manantial de amor”. Ahí está la clave de todo asunto… más que de políticas y leyes, a veces se requiere de amor, cariño, paciencia y entender que de cierto modo, todos y cada uno somos especiales… hasta los que se dicen “normales”.
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