La noche, ya lo dijeron otros, es un narcótico; es una bebida que se ingiere a sorbos, que no se puede comprar en las farmacias y que nos alivia las nostalgias. En Xalapa la noche es además una excusa para salir a las calles y contemplar a la gente; trashumantes que se mueven hacia todos lados, hacia ningún destino. Me gusta salir a mirar la ciudad desde el balcón de su plaza central. Ver en la lejanía el paseo de los lagos, la sierra de Xico que es un montón de oscuridad que se yergue imponente cuando la tarde ya no es. Intento discernir en esa oscuridad los mensajes del silencio, mientras un soplo de aire tibio de verano, acaricia mi espalda con su mano todavía joven. Entonces me estremezco. No tengo miedo a la noche porque es hermosa, aunque a veces murmure un rumor de llanto que nos envuelve en una sensación de sueño. Cuando en Xalapa llueve de noche, los hombres, no se por qué, hacen el amor a sus mujeres con más ímpetu, los adolescentes tienen sueños húmedos y los niños suelen dormir inquietos; mientras, los viejos, no duermen hasta que el rumor de lluvia termine de decir lo que les ha empezado a platicar. Me gusta ver la luna cuando el cielo se despeja, cuando se despoja de sus nubes como lo haría una bailarina oriental de sus velos. En Xalapa la luna brilla con más intensidad que en cualquier otra parte del mundo. Eso me consta. Nos alumbra los senderos que no hemos transitado para que nos animemos al asombro; nos hechiza su nombre de leyenda, su círculo nos cautiva como un péndulo de tiempo. En Xalapa la luna pone a aullar a los poetas. En los lagos de Xalapa, la luna se refleja como hoja marchita, se desliza por su pátina como ostia de consagrar. A ese reflejo van las ocas para beber agua de luna, para asomarse al infinito que no comprenderán. En el cerro de Macuiltepec la luna pasea su sombra por entre los pinos que le rinden culto; por las ventanas la luna intenta pasar a las habitaciones de los locos para despertarles la alegría. Xalapa de noche es una mujer vestida de nostalgia que se pone a bailar danzón con nosotros. Nos mira a los ojos y dice comprendernos, nos transmite su tristeza y nos besa en la boca con descaro, pero no nos ofendemos, porque en realidad ansiábamos ese beso. Xalapa de noche se suelta su cabellera de estrellas y no hay enamorado que no haya intentado, al menos una vez en su vida, alargar la mano para tomar una y regalarla a su amada. Xalapa de noche nos alivia la tristeza, se sienta con nosotros en una banca del parque y deja que le contemos nuestras penas. No sé si podría vivir sin esta ciudad en otra parte, ya lo he intentado y no resulta, siempre falta algo y regreso sin remedio a ésta, mi ciudad; como no me la puedo llevar en mi mochila prefiero no salir de aquí, prefiero quedarme en sus jardines, perderme en sus calles, fundirme entre sus sombras…
Armando Ortiz aortiz52@hotmail.com |