El requisito previo para concretar el proyecto, incluía la adquisición de un vehículo por parte de una tercera persona a quien él le rentaría sus placas, buscó entonces a quien estuviera interesado en el negocio y no tardó en encontrarlo, su amigo Gonzalo andaba sin trabajo y el trato le interesó.
Juntos se presentaron a la contratación del crédito automotriz, y como se necesitaba un aval, -pues Gonzalo no tenía bienes para respaldar la deuda- Daniel no dudó en prestar su nombre y firma como tal en el pagaré que documentaba la operación, ¿qué podía salir mal?, si el vehículo se iba a “pagar solo” con las ganancias que obtuvieran, además Gonzalo -su socio- era una persona responsable, que seguro no dejaría de pagar.
Al cabo de un tiempo, nada salió como estaba planeado… a Gonzalo la suerte le jugó mal y el negocio se fue por tierra, sin ingresos e insolvente, no pudo terminar de pagar las mensualidades del crédito y ambos (él y su aval) fueron llevados a juicio por Sicrea.
Al llevar la demanda, el abogado de la empresa se presentó acompañado del Juez Municipal de la localidad en donde Daniel habita, para requerirle el pago total e inmediato de la deuda y embargar su casa y aunque sólo se debía una parte, la cuenta que presentaba en el juzgado superaba -con intereses- más de 800 mil pesos. Antes de retirarse del domicilio el cobrador dejó dicho que le entregaran el vehículo, para solucionar la deuda.
Convencido ante la alternativa de solución y con el miedo de perder su casa, Daniel acordó con Gonzalo entregar el vehículo al abogado, pues llevaban más de la mitad del crédito pagado y seguro con la “toma a cuenta” del auto se acabaría la deuda.
De buena fe y sin asesoría, lo entregaron sin que el abogado acudiera al juzgado a retirar la demanda, por lo que el juicio siguió adelante…
(Continúa en la próxima)
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