Fueron legiones, millones de mujeres que en todo el mundo marcharon exigiendo respeto a su vida, a su dignidad, a su condición excelente dentro de un mundo que las había ninguneado, sobajado, hecho menos.
El avance de los derechos de la mujer se notó ayer en las calles de todo México, con jóvenes, adultas y ancianas que salieron a gritar las consignas que hacen visibles las condiciones precarias en las que viven y el ataque inaudito que sufren en todos los rincones, de noche, de día, en sus propias casas.
Marcharon, y muchas lloraban junto con ellas, las madres de hijas desaparecidas, las hijas de madres asesinadas, las abuelas y las tías, las hermanas de las víctimas de la violencia sin límites y sin compasión, sin condolencia, por tantos asesinos y violadores y secuestradores que andan en la calle.
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Eran cien mil en la Ciudad de México, 50 mil en Jalisco, 40 mil en Monterrey, 30 mil en Veracruz (entre ellas, 10 mil xalapeñas que son bravas contra la lluvia, pues la llovizna helada no las espantó e igual caminaron la calle). Salieron vestidas de morado y negro, unidas entre ellas como no le gusta a los hombres espantadizos que ellas se junten, porque tienen miedo de que entiendan su fuerza de género y acaben imponiéndose sobre la sociedad patriarcal que tantos buenos dividendos le ha dado a los varones… hasta ahora.
En México, desfilaron ante un Gobierno que no las quiere entender, que prefiere hacer chapucerías antes que escucharlas y comprenderlas: mejor decir que no eran tantas, que fallaron las convocatorias, aunque las plazas públicas estuvieron repletas: mejor tratar de meter provocadores para deslucir la protesta femenil, para exhibirlas como violentas y depredadoras; mejor usar las redes para insultarlas que para difundir sus exigencias.
Y sí fueron muchas. Las calles y avenidas de las ciudades mexicanas se llenaron con miles de protestantes. Y pudieron ser más del doble, porque esta vez no asistieron sus esposos, sus hijos varones. Si las marchas hubieran sido mixtas, el tamaño de la invasión ciudadana, de la protesta del pueblo honrado y bueno, habría sido también mucho mayor.
Pero esta vez no se trataba de conjuntar cantidad, sino calidad. En el Día Internacional de la Mujer, ellas dijeron con gritos y consignas que las cosas van mal, que esto no puede seguir así, que ya estuvo bueno de tanta muerte y tantas vejaciones.
Ayer y hoy son fechas que quedarán para siempre en el recuerdo, como un gozne de nuestra historia. Mañana empezaremos a ver que algo ha cambiado.
Y hoy en la mañanera, el Presidente tratará de ganar la discusión desde su púlpito, y lo hará porque siempre ha sido necio, como él lo pregona.
Pero que no olvide que contra una mujer, nunca tendremos razón.
sglevet@gmail.com
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