La vida nos pone a prueba cada día más, es seguro que hoy es menos difícil de lo que será mañana y así sigue nuestra expectativa, sin cambios en el corto plazo, cuando menos.
Ya estábamos mal con las aterradoras imágenes de la violencia y la crisis económica, con ocurrencias en la gestión gubernamental y con la reducción de la discusión política a la polarización entre buenos y malos, que eran el común de nuestros días. Pero ahora se suma la compleja situación a que nos expone el COVID-19, haciéndonos añicos la cotidianeidad, que asedia la salud de todos, que abruma los ánimos sociales, ubicándonos en los límites de la solidaridad social e individual, cuestionándonos cómo es que saldremos de una cada vez más compleja situación.
Por eso tenemos que voltear a vernos todos, por eso tenemos que reconocernos como habitantes de un mismo grupo, el de los afectados, el de los que tienen que unirse para fortalecerse y apoyarse. Más allá de filias o fobias políticas o de cualquier otro tipo de diferencias, está claro que es un momento donde es urgente encontrarnos en una sola ruta para enfrentar el reto que supone el COVID-19 y los impactos que de él se deriven.
Nunca como ahora deben darse mensajes, actitudes, acciones que promuevan la unidad, construir puentes básicos de coincidencias que generen acuerdos que permitan enfrentar lo que sin duda podría arrasarnos.
En primera instancia es urgente atemperar las discusiones, principalmente las de los gobernantes que siguen ocupando los micrófonos para arengar en contra de todos los que no sean ellos. Continuar con las posiciones descalificadoras desde cualquier lugar que provengan disminuye la oportunidad para superar la contingencia. La intolerancia y la falta de voluntad para reconocernos en la unidad que exige el momento, impide compartir un piso mínimo de coincidencia para atender la emergencia que, liderado por el gobierno, siente a todos los actores políticos, sociales y empresariales para tomar acuerdos, acciones conjuntas de responsabilidades compartidas.
Una iniciativa que acopie y sume capacidades, recursos e imaginación, que establezca respuestas para los momentos por venir; en el ejercicio nadie debe de quedar excluido.
En una crisis como la actual, las acciones aisladas así sean de los propios gobiernos, sin la convocatoria y el concurso de todos, son propensas al fracaso. La pandemia o la enfrentamos juntos o saldremos peor de lo que pudiéramos imaginar.
Aquí y ahora se debe de exigir que los gobernantes de todos los niveles asuman las responsabilidades y liderazgos hasta ahora no suficientemente presentes; a veces derivado de la incompetencia y el miedo paralizante, otras veces producto de prejuicios y miserias políticas.
Aquí y ahora nos debemos de exigir como ciudadanos que asumamos la responsabilidad individual y conjunta para solidarizarnos en una causa común a la altura de las circunstancias, superando las ausencias gubernamentales.
Ojalá encontremos la suficiente sensibilidad y organización humana para atender y dar salida a lo que nos dejará tras de sí este periodo oscuro, porque seguramente se acentuarán otros problemas a los que en su momento también habrá que buscarle salidas. Ojalá una nueva reflexión sobre la responsabilidad social se esté incubando en todos nosotros y con ello plantarle cara al futuro.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
El crimen de María Elena Ferral, la otra epidemia que no para.
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