*Plaza de las Tres Culturas se convirtió en un rio se sangre, de estudiantes que protestaban *Sangre de muchos hermanos que cayeron abatidos cobardemente por las balas oficiales… *Y la Olimpiada se efectuó con la mancha de sangre joven que salpicó a los atletas de todo el mundo *No olvidemos, no perdonemos”
“Ni perdón ni olvido”. Frase de estudiantes que escuchamos al arribar al zócalo de la capital del país, ese 19 de septiembre, invitado por un paisano, de Teocelo si, que estaba en el comité de huelga, estudiante de la UNAM y amigo nuestro desde la primaria en la Luis H. Monroy. Su compañero de lucha social, xalapeño, hijo en ese año del 68 de un destacado funcionario en el gobierno de Veracruz, le había dicho que convocara a la manifestación a un servidor y alumnos de la Facultad de Periodismo…
La invitación fue atrevida para una institución que ajena a los disturbios, se negó a asistir al Distrito Federal. Fui solo sin representación oficial, solo la amistad con mi paisano me obligaba a no dejarlo solo. Desde la llegada en un viejo safari hasta la entrada a la Catedral Metropolitana del deefe, se sentía el peligro constante. El paso de los tanques de guerra y las bayonetas de los soldados hacia más tenso mi apenas llegada que me hacia preguntarme si en realidad se estaba en la lucha correcta. Porque se presentaba el rigor y la fuerza bruta del ejército, sin contemplaciones como lo comprobamos ya después rumbo a la zona universitaria, en los sótanos de viejas y nuevas construcciones.
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Las constantes apariciones del presidente Gustavo Díaz Ordaz en los canales de televisión, confundía al pueblo de México. El defendía y reflejaba el odio contra quienes se oponían entre otros puntos, a la celebración de la Olimpiada. Todo se encontraba listo, instalaciones, la Villa Olímpica, – la conocimos en 1970 – deportistas, una exagerada inversión, y ya se alistaba Queta Basilio Sotelo, de apenas 20 años de edad para encender el pebetero olímpico de los primeros juegos de este tipo celebrados en América Latina. Ese 12 de octubre, de una manera u otra, México debería estar listo para cumplir con la inauguración del evento.
Luis Echeverría, entonces secretario de gobernación, tenia la encomienda de resolver el problema que ya mundialmente acosaba a México. Y diez días antes de la inauguración optó por el uso del ejército llevando a cabo una de las matanzas más cobardes y viles del México moderno, cuando se reunían en la explanada de Tlatelolco miles de estudiantes que a una señal de la luz de bengala, salida de un de los gigantescos edificios, dispararon en contra de los estudiantes que cayeron tendidos en la Plaza de las Tres Culturas…
Estuvimos tres días en el Distrito Federal… el 22 de septiembre ya estaba en Veracruz. Cuando el 2 de octubre mientras me encontraba con mi familia en Zempoala, con mi tío Efraín Texon y Carmela su esposa, sus hijos Sabás, Efraín y Paco, disfrutando de un café en jarro y el sabroso pan ahí mismo en su panadería, escuché la fatal noticia de la crueldad con que terminaba la lucha estudiantil… mis dos amigos, el paisano y el de Xalapa, lograron salvarse refugiándose en las escalinatas de uno de los edificios, llorando e impotentes ante la masacre, de la cual ellos hicieron una triste melodía… guardo un trozo del arrugado y nostálgico papel:
“… Fue un día dos de octubre, la plaza de las culturas, se convirtió en un rio de sangre, sangre de muchos hermanos, recordemos esta lucha, recordemos estas vidas, la historia juzgará la cobardía…
Hace 52 años…sale una lágrima, acepto.
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