A su paso, la arcilla crepita bajo sus pies y los pájaros trinan en lontananza. Eso, más la airada voz del Gobernador, son los únicos ruidos que desgarran el bosque. Vean, dice Yunes al par de cientos de personas que siguen su transmisión, aquí era donde entrenaba el amigo de Duarte, Moisés Mansur, que es rejoneador, tiene caballos, y esta es la entrada principal de las casas, de una de las casas.
Un fin de semana después de las elecciones municipales en Veracruz, el Gobernador sorprende con un sui géneris recorrido por el Rancho Las Mesas, ubicado en Valle de Bravo, Estado de México, y del cual el Gobierno del Estado tomó posesión de un tercio a principios del mes de febrero del 2017. En total, este sábado Yunes hace tres transmisiones con las que inaugura el relanzamiento de su ofensiva contra el Duartismo.
Yunes camina dentro de la mansión de huéspedes y su taconeo amortiguado suena a soledad. Su figura se esconde detrás del celular pero su sombra se proyecta en las paredes que aun rezuman abundancia. Lo que importa a Yunes es continuar, porque es una fuerza imparable con una voluntad incansable. Hay quienes quieren impunidad, advierte el Gobernador detrás del lente, hay quienes salen a decir que no debe actuar la Fiscalía en contra de la gente de Duarte, ¡Pues se equivocan! Alza la voz y continúa. ¡Sí vamos a seguir actuando! ¡Sí vamos a seguir recuperando los recursos, porque es realmente indignante lo que estamos viendo!
Además del Rancho Las Mesas, Yunes le decomisó a Duarte el Rancho El Faunito, un avión Lear Jet 45, con un valor de unos 50 millones de pesos, y un helicóptero, que valdría otros 15 millones, mientras que la PGR logró recuperar 421 millones de pesos, de los cuales ya entregó cerca de la mitad y lo demás lo irá entregando en ministraciones.
Yunes de hecho tiene razón. Sí indigna ver cómo unos cuantos se robaron el futuro de los veracruzanos en caballerizas más lujosas y más grandes que los hogares de miles de veracruzanos; en la cocina y la sala, que se enseñorean como espacios dignos de jeques árabes; en los dormitorios, los pasillos, y el lujo de las piedras cortadas a la perfección y en la madera tratada y en los jacuzzis y en las albercas.
Yunes sube unas escalerillas de concreto aparente y se detiene ante un corredor sin fin. Son los cuartos de la casa de huéspedes, abre el primero y suelta un Caray, se asoma y el chirrido de la puerta iiiiiggggg, se pierde por el sonido de su voz en cólera que exige justicia, con su voz quejosa que exige justicia, con su voz ardiente, que rompe el silencio y exige justicia.
Yunes sabe que tiene el discurso perfecto, y para darle gravedad a la transmisión se hace acompañar solo de un hombre que sincroniza sus pasos tras de él para no evidenciar su andar. El impacto escénico es cuidado al milímetro, sólo la voz de Yunes, los pasos de Yunes, la sombra de Yunes. Es un clásico Western, donde de cualquier rincón podría aparecer Clint Eastwood y no tendría nada de extraño.
El silencio en Las Mesas es mortuorio. Yunes deja detrás un salón y éste inmediatamente vuelve a las sombras. Yunes cierra una ventana y la humedad es tanta que el aire gotea. Yunes hace una pausa, se detiene y la grava deja de crepitar y Las Mesas vuelve a ser nuevamente un lugar de fantasmas y de olvido.
Fin de la transmisión vía Periscope.
- ¿Cómo quedó?
- Excelente.
- ¿Qué pasó con los de Costa Dorada, ya desalojaron la carretera?
- Aún no.
- Que vayan los granaderos.
- Son mujeres señor.
La mirada fulmina. La orden se ejecuta.
La maestra Sonia Portugal, vecina de la unidad Costa Dorada acostada en el caliente pavimento exige agua. Los granaderos la mueven, la golpean y la esposan. Desalojan la carretera y se restablece la circulación. Cae la noche.
Yunes revisa los números de su transmisión vía Periscope, las compartidas y los minutos visualizados. Sonríe. Fue un buen sábado.
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