Pero la historia del hombre nos dice otra cosa. Y si nos sustentamos en lo que realmente ha pasado después de cataclismos, sabremos que lo que sigue será una lucha en la que sobrevivirán y medrarán los más fuertes, los que mejor se hayan adaptado a los cambios y los que sepan sobrellevar la desgracia, los resilientes.
Quienes hayan supervivido a la pandemia, saldrán famélicos en varios sentidos: con un organismo degradado por el encierro, con las emociones a flor de piel, con el valor mermado por el terror de la enfermedad.
Y todos querrán vivir mejor; garantizar el presente para asegurar en lo posible el futuro, incierto como nunca; obtener las más adecuadas condiciones y la mayor fuerza para vencer a las hienas y los lobos en que se convertirán muchos… y muchas.
Viene la primera prueba, que es lograr la vacuna para todos los cercanos, y que sea una buena aplicación, no un clon o un placebo con los que gobiernos y
farmacéuticas tendrán que batallar para no caer en la tentación de engañar al pueblo bueno y honrado. Y enfermo.
Y la segunda prueba será prevalecer en el mundo del trabajo, que ya no será igual que antes, más competido, más exigente, menos bonancible.
Pareciera la visión de un apocalipsis, la copia burda de una película de anticipación de Hollywood, tan proclive a los desastres y al fin de la civilización moderna.
Pero no, el mundo seguirá su marcha. Diferente, pero seguirá. Y podremos encontrar hombres buenos y gobernantes justos que darán a esperanza de que en un futuro no tan lejano se pueda instalar la utopía.
Quiero creer que en un momento dado se podrá vencer la Covid-19 cuando por fin todos los humanos de este planeta hayan sido vacunados convenientemente.
Quiero creer que finalmente prevalecerá el bien.
Quiero creer que habrá nuevas leyes para equilibrar la balanza de fuerzas entre los fuertes y los débiles.
Quiero creer… aunque dude.
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