Como pude, di a entender a los señores que estaba esperando a mi hermano y no a un Uber, y que con gusto contrataría a alguno de ellos si aquél no llegaba.
En verdad que en el paradisiaco puerto del Caribe los concesionarios del transporte público estaban muy enojados con la entrada del Uber, y la tensión llegó al grado de que un conductor de esta compañía perdió la vida en un enfrentamiento con los choferes de taxi.
Allá terminaron por aceptar que se estableciera el servicio de alquiler por Internet, e incluso llegaron otras compañías similares a Uber, pero hasta la fecha los taxistas se siguen quejando de que llegaron a complicar un negocio que ya de por sí era peligroso y mal remunerado.
Ahora Uber se dispone a entrar en ciudades del Estado de Veracruz, incluida la zona conurbada, y empezará una batalla muy intensa porque llega a competir en un área de oportunidad que ha sido muy maltratada por la crisis de la pandemia.
Si a ello le añadimos la nula sapiencia que campea en el Gobierno estatal para manejar todo tipo de conflictos (y para gobernar, vaya), podemos esperar días difíciles a causa del tema, y una vez más veremos a los ciudadanos -en este caso los concesionarios de taxi- organizándose y movilizándose para resolver lo que la autoridad no podrá.
Conocido el carácter furibundo del jarocho, que convive coloidalmente con un aparente y apacible sentido del humor, ya deberían los responsables del área gubernamental estar tomando precauciones y medidas con el fin de prevenir el diluvio que viene.
No vaya a ser que otra vez la realidad tome desprevenida a la incapacidad de los funcionarios cuitlahuistas y tengamos que lamentar un problema o hasta una tragedia que pudieron haberse contenido.
Están a tiempo, señores.
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