La realidad, sin embargo, ya nos alcanzó.
A 69 mil 900 llega la cifra de confirmados, un promedio de 500 por día; 10 mil 277 muertos, y el corredor conurbado de Veracruz está en emergencia total, al igual que Xalapa y Orizaba.
Pálidos intentos, como el último decreto del gobierno de Cuitláhuac, de poco sirven de cara al periodo vacacional y la laxitud de las autoridades en los 300 kilómetros de playas que tiene la ribera veracruzana y los 212 municipios donde han emergencia sanitaria.
“Pedimos a los jóvenes autoregularse”, dice el decreto ante el cual la chamacada muere de risa.
“Eviten los eventos masivos en los 212 municipios”, insiste el decreto, bando o cartita a los reyes magos de Cuitláhuac, cuando en los hechos se requieren medidas de autoridad como en Estados Unidos o en Europa donde cerraron ciudades y fronteras en los picos de la pandemia.
¿Por qué nos azota la tercera ola?
No hay que ser muy sesudo para entender que la propagación de la nueva cepa se debe al poco cuidado sanitario de la población y al valemadrismo de las autoridades que se niegan a desconocer la gravedad de la emergencia sanitaria.
La tercera ola de contagios del virus SARS CoV-2 es un hecho.
No es un fantasma ni tampoco una fantasía como la que imaginó López Obrador cuando en marzo del año pasado hizo su aparición el Coronavirus, llamado a la gente a salir a restaurantes y fondas, a abrazarse y no temer.
Si el coronavirus fue un hecho convirtiéndose en el más importante azote de la humanidad en los últimos 15 meses, por qué no habríamos de creer en que ya está en nuestro país el Covid-Delta y que las autoridades sanitarias de carácter nacional e internacional alertan su presencia de otras tres variantes más, “Alpha, Gamma, Epsilon y Lambda”.
Esto de la pandemia no es un juego, ni debería más estar en manos de pendejos que la desestiman.
Con exhortos no se curan las pandemias, menos con distractores o dando importancia a declaraciones como la de Cuitláhuac, apologéticas al excremento.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo |