También entró en dimes y diretes con la Iglesia católica (“Con ella hemos topado, Sancho”), y enojado, nunca ha querido ni sabido entender las sabias palabras dominicales que los prelados le mandan, con consejos dignos del mejor confesionario; con recomendaciones para que la gente viva mejor y que las cosas públicas vayan bien, precisamente para el bien de todos.
Agarró la bronca igualmente con los alcaldes de oposición, y nunca entendió que al ganar la elección se convirtió en el Gobernador de TODOS los veracruzanos, y que a ellos debía atender y procurar, no a los miembros de su grupúsculo.
Con los partidos políticos de oposición trae el pleito casado porque no entiende que puede haber diálogo entre los opuestos, y que la concertación engloria al gobernante. Y entrado en gastos, también viene amarrando pleitos con sus aliados, como en Jesús Carranza con el PT, como en Alvarado con el PVEM.
Para no quedarse ahí, pensó como buen… como buen… como buen inexperto que valdría la pena “nacionalizarse”, y entonces se fue a comprar pleitos con Ricardo Monreal en la Cámara de Senadores, con el paisano Sergio Gutiérrez Luna en la Cámara de Diputados (¡tanto que le podría aprender!), con Dante Delgado, con la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos -la propia hija de Rosario Ibarra de Piedra, tan pero tan cercana a Andrés Manuel- y con los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a los que les quiso dar una clase de Derecho, primero, y luego atole con el dedo.
Su talante es de pelearse con todos, dejar que las emociones controlen su temperamento, permitir que la rabia se enseñoree de él.
Recuerdo a José Eustasio Rivera y La vorágine:
“Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia.”
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