Es pertinente subrayar que desde días antes del mitin, Cuitláhuac se amarró el dedo y defendió su derecho a hacer de su tiempo libre un papalote y echarlo a volar cuando le venga en gana.
Sin embargo, el INE le ordenó por segunda ocasión abstenerse de promocionar consultas y difundir logros presidenciales.
Además de Cuitláhuac fueron reconvenidos Hugo Gutiérrez Maldonado y Rocío Nahle. Aunque debieron ser más porque a la Plaza Lerdo asistió la plana mayor de Morena en Veracruz.
Estuvieron desde aspirantes a suceder al gobernador hasta funcionarios del gabinete, alcaldes, diputados, senadores, comisariados ejidales, un buen número de candidatos al penal de Pacho Viejo y todos violaron la ley electoral.
Aparte de risibles, las sanciones impuestas a los tres llegan tarde porque el mitin se realizó sin que nadie del INE lo prohibiera. Es decir, el palo ya está dado.
Pero ni estos jalones de orejas han disminuido el entusiasmo de los morenos que en la recta final del proceso de Revocación, han desplegado un febril activismo en los 212 municipios donde están repartiendo dos cosas: dinero y amenazas.
Y es que Cuitláhuac García comienza a perder el sueño porque la tarea que le impusieron (y aceptó gustoso) de entregar 1 millón 600 mil votos al señor presidente está muy cuesta arriba.
Con esa cantidad ganó en 2018 gracias al amor que le profesaban los veracruzanos a López Obrador; amor que era directamente proporcional al rechazo que sentían por todo lo que oliera a PAN y PRI.
Hoy las cosas han cambiado radicalmente.
A estas alturas Cuitláhuac es un mandatario devaluado y con una aceptación casi nula que gobierna un estado cuyos habitantes le han perdido el respeto y, por consiguiente, no lo acompañarán el domingo a las casillas. Al menos en el número que desea.
Irán a votar los burócratas que están obligados a ello so pena de perder su chamba; los militantes y seguidores de Morena, además de miles de incautos que lo harán de buena fe. La bronca será ver si ajustan la suma exigida. De ahí el insomnio del gobernador.
En Palacio Nacional también hay nerviosismo.
López Obrador sabe que jamás juntará los 37 millones de sufragios para que la consulta sea vinculatoria. En contrapunto con su avasallante popularidad de 82% que le dio 30 millones de votos y lo llevó al poder en 2018, ahora es un presidente con 57% de aceptación y eso cuenta. O, mejor dicho, eso resta.
Sabe o al menos intuye que los fifís, conservadores, neoliberales y aspiracionistas harán valer su peso, ya sea votando para que se vaya o lo desairarán quedándose en casa.
Para colmo, en los últimos meses ha descubierto algo que pone en riesgo su seguridad y tranquilidad futuras y eso lo aterra. Su candidata a sucederlo puede perder porque nomás no prende, no tiene chispa ni carisma; es anodina, insustancial, sosa, avinagrada y carece de un plan B para reemplazarla.
De ahí que así salgan a votar 20 millones o 20 mexicanos y sea cual sea el resultado de la consulta, lo primero que hará el presidente después del 10 de abril será ir por el INE para despejar el camino rumbo al 2024. Y después irá por el “alargamiento” de su mandato.
Este último párrafo lo escribí hace unas semanas, lector. Hoy simplemente lo estoy refrendando.
bernardogup@hotmail.com
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