Así nació uno de los planes de mercadotecnia más ambiciosos del mundo del boxeo, que involucraba la buena fe de los mexicanos y la memoria subyacente de los grandes triunfos de Julio César Chávez, ése sí un boxeador con capacidades extraordinarias.
El Proyecto El Canelo contempló asimilar en el subconsciente colectivo al peleador pelirrojo con la figura legendaria de JC y explotar sus parecidos: juventud, “mexicanidad”, físico impresionante, buena presencia, carisma…
Y así nació el primer gran boxeador mexicano fruto total de la propaganda.
En nuestra historia permanecen grandes héroes populares que empezaron en la época contemporánea con Raúl el Ratón Macías y siguieron con José Becerra, Vicente Saldívar, Rubén el Púas Olivares, el Famoso Gómez, Efrén el Alacrán Torres, Salvador Sánchez, Jorge Maromero Páez, Jorge el Travieso Arce, Humberto Chiquita González…
Ha habido ni más ni menos que 250 mexicanos que han ostentado alguno de los títulos mundiales de boxeo, para dar una idea de lo importante que es nuestro país en este deporte.
Y todos han sido ídolos de la afición, de la muchedumbre, del pueblo bueno y honrado. De origen humilde -muchos salidos del barrio bravo de Tepito-, el boxeador, más que el futbolista, ha sido el depositario del fervor popular.
Tal vez el Chango Casanova fue el primero y quien marcó la pauta: perdió la oportunidad de su vida porque se emborrachó una noche antes de su pelea contra el portorriqueño Sixto Escobar, y ahí se definió su destino: murió como un indigente en las calles de México en 1980. Junto al Chango, otro peleador que empezó en los años 30 del siglo pasado fue Kid Azteca, famoso igualmente y que también perdió su dinero empapado en el alcohol.
Pero el Canelo es el mejor… para la mercadotecnia.
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