Somos un estado, no nos dejarán mentir, que tiene todo de lo mejor y al que le alcanza hasta para dar a otras entidades que no tienen nuestros dones de la naturaleza, como Aguascalientes (me consta) y Zacatecas, como las vastas zonas desérticas de Durango, Sonora y Chihuahua; como las arideces de las tierras flacas de Jalisco y de Hidalgo.
Somos tan ricos en lo natural y tan exuberantes, que nos damos el lujo de compartir hasta nuestra riqueza mayor, que es nuestra gente.
Vaya usted a cualquier lugar de la República y allá encontrará a un jarocho que hace las delicias de sus vecinos, conocidos y amigos; un paisano que impulsa el desarrollo de la región en la que vive y prospera; un amigo fiel y un trabajador incansable.
Quien ha visto laborar a nuestros campesinos de sol a sol -y qué sol candente- sin quejarse y sin parar, mucho tendrán que decir a aquéllos que dicen que el veracruzano es flojo, irresponsable, deshonesto.
Quien conoce la historia de nuestras luchas populares desde Yanga y Río Blanco hasta las reivindicaciones de los cañeros en las zonas bajas y de los indios en las montañas… quien sabe de ellos, aceptará convencido la verdad que dice nuestro himno estatal, escrito por el gran poeta Francisco Morosini Cordero:
Veracruz es un pueblo amistoso,
solidario, cordial y gentil,
Veracruz es el mar generoso
del trabajo fecundo y febril.
Somos tan fecundos, pero tanto, que le prestamos a Querétaro un paisano. Mauricio Kuri González, para que fuera Gobernador allá, y en Campeche tenemos también dado en comodato a Alejandro Gómez Cazarín, el otro orgullo de su familia en Hueyapan.
Tantos y tantos veracruzanos de valía, allá, acullá… y aquí.
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