Pudo más la insistencia del secretario de gobernación que el llamado a la razón efectuado por Monreal. Y es que la “operación salvamento” (nombrada así por el propio Adán Augusto López), fracasó desde el momento en que se atrevieron a hablar hasta con aquellos senadores que nunca (bajo circunstancia alguna), habrían cambiado de parecer.
El error radicó en creer que hasta los senadores más contrarios a la propuesta aceptarían negociar. No fue así. De no existir aquel intento de “operación” en un hotel ubicado frente al senado, habría sido menos probable el fracaso de la reforma, y su consecuente regreso a comisiones.
La segunda y tercera llamadas de AMLO fueron para Adán Augusto López y César Yáñez, ambas con la autorización presidencial para que Alejandro Armenta, en consecuencia, anunciara la petición que bajaba el dictamen sobre la reforma, y detener lo que podría convertirse en un ridículo legislativo.
La idea de efectuar una consulta popular para hacer “más llevadero el trago amargo” fue de AMLO, y el encargado de rebautizarla como “ejercicio participativo” corrió a cargo del exgobernador de Tabasco.
Aunado a ello, hay otro tema que ocupaba hasta anoche la mente de López Obrador: Alejandro Encinas. El de Tabasco se debate entre respaldar a su “amigo de mil batallas” o no meterse en “camisa de once varas” con los militares. Muchos creen que la decisión es sencilla, que está a la vista… no es así. AMLO de verdad estima a su subsecretario, pero lo sabe bien: no hay mucho margen de movimiento.
La duda al interior de Palacio Nacional: ¿cómo hará AMLO para mantener a Encinas a su lado sin que la Sedena se incomode, o viceversa?, ¿es eso posible?, ¿será relevante en los próximos días o lo dejarán pasar? Veremos.
Ahí está el “Encinas-gate”.
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