En paralelo, la posible alianza PAN-PRI-PRD-MC, en favor de Pepe Yunes –hoy por hoy el aspirante de mayor aceptación ciudadana- que abre en serio la posibilidad de una nueva alternancia.
Y la pared de fuego contra Rocío Nahle producto de la corrupción y fracaso en Dos Bocas, que modifica la voluntad presidencial so riesgo de perder la plaza, abriendo la puerta para Ricardo Ahued, quien a pesar que es un desconocido en 211 de 212 municipios, crece tapando baches.
Esos son los elementos que definen el cambio de estrategia sucesoria.
Por ello la determinación de que en 12 meses más Cuitláhuac García deje la gubernatura para regresar a la brecha en favor de Claudia Sheimbaum.
Será un regreso a ras de tierra por supuesto sin derecho de voto ni de veto, solo para vuelva a demostrar lo que hizo en 2016-207 y 2018 en favor del aspirante presidencial López Obrador.
En ese escenario también quedan los descartados que irán al basurero de la política como es el caso de Gutierritos –Sergio Gutiérrez Luna- de fugaz presencia, un desarraigado que queda en lo anecdótico, el aspirante que vino a gastar dinero a lo pendejo.
También queda fuera el aspirante a la gubernatura de lengua Manuel Huerta, quien sabe que no puede ni debe seguir insistiendo en que quiere ser candidato a gobernador, ya que el siguiente paso podría ser la cárcel por violador sexual.
Ahí se la tienen guardadita.
Ganón-ganón será el Bola #8, quien, en el entramado de la corrupción, por el dominio territorial que gestó en lo político en cuatro años, los negocios en los 212 municipios en la impunidad; por las corruptelas en su oficina nadie investigó por miedo y por sus tratos, pactos y alianzas inconfesables con el crimen organizado, se hace ganador al premio mayor.
Será ungido como gobernador sustituto 2023-2024, el primero de diciembre del año próximo.
Ese es el plan que se teje para Veracruz en una fiera disputa por el poder.
Con ello López Obrador pretende tener a buen resguardo la operación electoral en donde fluyan recursos sinfín, trampas sin límite, el amordazamiento del OPLE -si aún existe- y el total control de las casillas, urnas y sábanas electorales.
Ese será, así de descarnado, el escenario que se tiene previsto para Veracruz de cara a lo que eventualmente será la lucha a muerte por la permanencia en el poder de la Cuarta Transformación.
Son decisiones que se venían tejiendo de meses atrás pero que fueron apresuradas tras lo sucedido el domingo anterior que prendió los focos rojos del proceso sucesorio.
Palacio Nacional se dio cuenta del viraje ciudadano, del cambio en la preferencia electoral y el abismo que espera el primer domingo de junio del 2024 de no atajar a como dé lugar el voto mayoritario en contra.
Hoy de lo que se trata, a como dé lugar, es de borrar, opacar y destruir a los nuevos liderazgos nacionales y locales. De comprar, chantajear y amenazar con prisión a las dirigencias opositoras y capitalizar al máximo posible la fuerza que representa el aparado de poder, dinero incluido, para no derrumbarse en el 2024.
Bien sabe Andrés Manuel, tras observar el tablero político que lo que suceda en la Ciudad de México, con la mayoría adversa, el Estado de México, con Delfina Gómez, una candidata impopular y corrupta, con un bastión poblano en riesgo tras el regreso de la ola azul panista y un Veracruz que repudia a la Nahle, que la elección presidencial y las estatales se pueden venir abajo.
Por ello la estrategia emergente.
Por ello la movilización a todo lo que da de su corcholata Claudia Sheimbaum que no suelta al Cuícaras –mañana vendrá al IV Informe que rendirá su mozo de estoques en lo oscurito en Pánuco-; por ello el recorrido por las 32 entidades del país de su secretario de Gobernación, Adán López, para dar instrucciones precisas de cómo quedó definida la estrategia sucesoria.
La guerra ha comenzado.
Tiempo al tiempo.
*El autor es Premio Nacional de Periodismo
|