La nostalgia de los conservadores, es decir, de quienes no quieren que nada cambie, la expuso el Presidente con la vida personal de Porfirio Díaz, al decir que sus pretensiones aristocráticas, al contraer matrimonio con una joven perteneciente a la alcurnia mexicana. Siempre la nostalgia de los acomplejados suspirando por pertenecer a la nobleza, porque Don Porfirio era un indio, como lo fue su antiguo jefe Benito Juárez, pero hubiera dado parte de su poder y su fortuna por ser francés.
Siguiendo con su discurso que pareciera que describía algún sexenio anterior, incluso de este mismo siglo, señala: “Con el porfiriato comenzó la época de los grandes negocios al amparo del poder público. Por ejemplo, en mayo de 1881 se llevó a cabo una maniobra que puede considerarse precursora de las prácticas del influyentismo y de la corrupción política del México moderno. El secretario de Hacienda, Francisco de Landero y Cos, vendió a Ramón Guzmán, Sebastián Camacho y Félix Cuevas 36 mil acciones de la línea de trenes de México a Veracruz — inaugurada por Lerdo—, que hasta entonces era la única vía férrea en el país. El gobierno aceptó que le pagaran por cada una de las acciones de la empresa 12 libras esterlinas, cuando ese mismo día en la bolsa de Londres éstas se cotizaban en 16 libras y la tendencia iba al alza. Uno de los compradores y beneficiarios del fraude era Ramón Guzmán, quien seis meses después firmaría como testigo de Carmelita en su boda con Porfirio”.
Su referencia a los conservadores no puede percibirse como un tema reiterativo sino como una muestra de que este grupo de personas ha estado presente siempre en la política mexicana en detrimento de la buena salud de la sociedad.
La historia es indispensable para evitar que se repitan los errores del pasado; sin embargo, cuando las necesidades de los mexicanos se convirtieron en intereses de unos cuantos, cuando quienes tomaron el poder rechazaron su origen y en lugar de defender a sus similares los tratan como enemigos, la historia se repite y hay, en ese trayecto de la vida del país, una serie interminable de impunidades.
Así, el Presidente volvió a la carga para retratar a los políticos de 1910, que se parecía a los de 2010, incluso cualquiera diría que eran los mismos, con nombres y apellidos diferentes sus acciones son las mismas. Con siglas y banderas distintas pero los hermana su desprecio a los pobres, a pesar de que ellos multiplicaron su número en la historia reciente de México.
Siguió el presidente: “Es un mito, una mentira alentada por los conservadores, que en esa dictadura se gobernó con honradez y disciplina administrativa y financiera. Por el contrario, ahí empezó la política del rescate de la quiebra a las empresas de los potentados, tipo Fobaproa. Estas decisiones en beneficio de las élites fueron, en buena medida, responsables del endeudamiento del país, que llegó a ser equivalente a cinco veces su presupuesto anual. Por lo demás, la corrupción política prevaleció en todo el periodo porfirista”.
La Revolución Mexicana no surgió como una idea política sino como una urgente necesidad social de sobrevivencia. México ha cambiado, los cambios los hace a través de las urnas, aunque quienes manejan las elecciones todavía quieren pertenecer a la nobleza y extrañan, si haberlo vivido, el tiempo de Agustín de Iturbide y los hacendados.
En uno de los mejores discursos de su mandato el presidente no dejó de señalar similitudes que hicieron historia y que todavía hace cuatro años se mostraban con naturalidad en la información política de México, al decir: “La inversión privada, a pesar de ser supuestamente la palanca principal del crecimiento, fue escasa y, obviamente, de carácter meramente lucrativo, antisocial y antinacional. El porfirista Francisco Bulnes asegura que la mayor cantidad de obra pública realizada durante ese régimen se financió mediante la emisión de bonos y contratación de deuda. Según su análisis, la inversión privada para obras como la hidroeléctrica de Necaxa, que costó 70 millones y llegó en total a 286 millones de pesos de aquellos tiempos; sin embargo, la obra financiada con deuda pública se estima en 667 millones de pesos, es decir, 69 por ciento más que la inversión privada nacional o extranjera”.
Y abundó en más semejanzas que condenan y advierten no solo sobre el futuro sino que muestra al pasado desnudo de mentiras: “Conviene destacar que el monto mayor de la deuda contraída por el gobierno fue el destinado a construir 18 mil kilómetros de vías férreas de concesión federal, pues en 1908, dos años antes de que estallara la Revolución, se rescató a las empresas extranjeras que poseían los bonos de los ferrocarriles con un costo de 500 millones de pesos, el 52 por ciento de toda la inversión pública y privada aplicada durante el porfiriato en obras e industrias de nacionales y extranjeros. Esta operación de rescate a las empresas ferrocarrileras extranjeras fue tan onerosa para México, que el periodista John Kenneth Turner, escritor del libro México bárbaro, asegura que en el negocio de la compra de los ferrocarriles a las compañías extranjeras el ministro de Hacienda, José Ives Limantour, y Pablo Macedo, hermano de Miguel Macedo, subsecretario de Gobernación, se repartieron una utilidad de nueve millones de dólares en oro”.
El cambio que sucedió de manera pacífica en 2018, produce sentimientos encontrados, contradicciones y sectores ofendidos por intentar crear un país con menos desigualdad, porque para muchos esa desigualdad era la parte sustancial de su vida, al creerse superiores a la mayoría, pensando que en México encontrarían un viaje al pasado donde había mexicanos de primera y de segunda y hasta de tercera categoría.
La explicación de la historia política de México ofrecida por el Presidente López Obrador explica también el enojo de algunos segmentos de la población que no están conformes con los cambios, para ellos lo mejor que puede sucederle a México es que anda cambie, por eso están orgullosos de llamarse conservadores, por eso evocan el pasado, por ello la nostalgia por la corona española, por los monarcas y los emperadores.
Para remata el discurso el Jefe del Ejecutivo señaló enfático: “gobiernos democráticos sólo pueden tener éxito si atienden las demandas de las mayorías consiguiendo como recompensa el apoyo del pueblo».
La transición pacífica a una manera más equilibrada de poder para disminuir las grandes diferencias sociales, fue un revolución pacífica y democrática.
PEGA Y CORRE
El Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales determinó que la Segob debe hacer públicos los contratos celebrados para implementar medidas de seguridad en el Mecanismo para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y de Periodistas, sin mencionar el nombre de las personas protegidas.
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