Unas tortas fue lo que se probó en medio de las intensas y jocosas anécdotas llenas de sorpresas sucedidas esa misma mañana:
La presencia de 28 gobernadores en el Informe, el sorpresivo anuncio de don Fernando quien él mismo daría a conocer su nombramiento, la exclamación de los invitados asistentes al teatro del Estado, las carreras de los periodistas y corresponsales para dar la noticia y la asunción de Dante Delgado.
Pasadas las tres de la tarde de ese 30 de noviembre, arribamos a la ciudad de México.
Gutiérrez Barrios pide a Ponce Coronado prepare un borrador con diez puntos que significarían el arranque de la política interior en el marco del nuevo gobierno, al tiempo que solicita a quien esto suscribe coordine con don Alberto Peniche las tareas de prensa y difusión.
Llegada la medianoche, a las cero horas y luego de que Manuel Bartlett le entregará la oficina, don Fernando da conocer su programa de acción y los primeros nombramientos entre los que destacaba el Subsecretario “A”, Manlio Fabio Beltrones.
Luego, ante los medios, la toma de posesión física de la oficina del nuevo titular en el Palacio de Cobián, el lugar donde el Jefe del Gabinete tomaba -por instrucciones presidenciales- las más importantes decisiones sobre el rumbo de la república.
Concluye la ceremonia se retira la gente y don Fernando me pide le acompañe a recorrer la oficina.
Una señorial entrada, no más de 200 metros en “L” ocupaban tan importante oficina ubicada en el ala izquierda del Palacio de Bucareli. Del lado derecho una mesa de López Morton acompañada de seis sillas y un librero de piso a techo.
Del lado izquierdo un escritorio de madera labrada y finamente barnizado que estaba acompañado en la parte posterior, digamos la pared, con un mapa de la república con 64 foquitos, uno rojo y otro verde, “correspondientes a cada entidad de la república; el rojo en crisis, el verde, sin problema”, reflexionaba en voz alta.
A un lado de ese mapa de la república de al menos cuatro por cuatro, estaba una puerta, una puerta grande donde estaban colocados en repisas pequeñas 32 teléfonos blancos, magnetos que al descolgarlos timbraban en cada una de las oficinas de los palacios de gobierno de los mandatarios estatales.
¿Rustico?
Imposible afirmarlo. Era 1988. Era lo más moderno, la era de los no celulares ni conexiones satelitales, solo una forma de comunicarse.
Eran pues 32 teléfonos lo que le siguen de blancos, enmarcados en la parte central por un teléfono rojo, línea directa con el Presidente de la República. Estaba conectada a Los Pinos, la misma que sonaba y había que contestar de inmediato, incluso si no estaba el Secretario había guardia permanente día y noche.
“Aquí, reflexionaba don Fernando, no para mí sino para sus adentros, se toman las decisiones más importantes; se mantiene el equilibrio con los poderes; se dialoga con respeto institucional con los gobernadores; se marcan líneas de trabajo para el gabinete; se garantiza que la seguridad nacional se traduzca en paz social”.
El llamado “Centinela de la República”, el “Hombre Leyenda”, el “Caballero de la Política”, sabía de lo que hablaba.
Pasaban las 2 de la mañana de este día primero de diciembre de 1988 cuando Fernando Gutiérrez Barrios seguía en la reflexión. Evocaba a notables responsables de la política interior.
A Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría quienes luego serían presidentes de México, a don Jesús Reyes Heroles “quien me decía en capitán Gutiérrez cómo está eso de que quiere hacer política”, a don Ángel Carvajal y tantos más que ocuparon la silla de la Secretaría de Gobernación.
Una oficina donde no hay reposo ya que quien asume la responsabilidad responde al juramento yaqui de que “para ti no habrá dolor, para ti no habrá calor, ni sed, ni hambre, ni lluvia, ni aire, ni enfermedad, ni familia. Nada te causará temor, todo ha terminado para ti, excepto una cosa: hacer tu trabajo”.
Terminó el recorrido, también la reflexión en voz alta del señor Gutiérrez Barrios y con un “¡Vámonos Edgar, mañana nos espera un día muy largo!”, concluye la histórica jornada.
Así, que yo recuerde, fueron primeras horas de trabajo el nuevo Secretario de Gobernación, en donde el equilibrio, la mano firme con guante de terciopelo, las decisiones fuertes acompañadas en la discreción con el ejército y la armada se tomaban sin romper la institucionalidad y el orden establecido.
Muy de don Fernando “No somos damas de la caridad” al igual que “veneno poco no mata”. Siempre fue enemigo de los excesos periodísticos ya que “Gobernación es política interior, no una oficina de publicidad”.
En fin, que toda esta evocación de un pasado imborrable surge, luego de observar en estos tiempos al titular de la política interior convertido en una corcholata, en un pelele del mandatario, en un hombre vulnerable a quien cualquier imbécil con responsabilidad secundaria ofende y cualquier diputada amenaza.
Ocupar la secretaría de Gobernación fue por siempre el máximo honor para un político, una institución intocable máxime cuando la representaba un político de alto rango, personalidad y conocimiento.
Por siempre fue la antesala de la Presidencia de la República, la sede de las decisiones que marcaban el rumbo de México.
Una llamada del Secretario de Gobernación, era la alerta para corregir el rumbo o apoyar las determinaciones presidenciales no un trampolín para salir de campaña preelectoral sujeto a los improperios de mandaderos y policías municipales que destrocen la propaganda como fue el caso de la visita del Secretario de Gobernación, Adán Augusto López al sur de Veracruz.
Hoy el Palacio de Cobián es una oficina cualquiera ocupada por uno igual.
Tiempo al tiempo.
*El autor es Premio Nacional de Periodismo |