Ya mismo, declarar a los narcotraficantes como terroristas, habrá de ser el mejor de los pretextos para desatar una invasión armada contra la república.
Pero eso no lo entiende López Obrador.
Viene el fin de semana a Veracruz para mostrar una fuerza militar que no tenemos y con un desfile y juegos de pirotecnia, pretende apantallar al imperio para luego desmayar e informar que tiene Covid.
Los de AMLO son juegos de política ficción que nos regresan a un hecho histórico muy parecido al sucedido hace algún tiempo en el vecino país de Panamá, que muestra los alcances intervencionistas de Estados Unidos cuando se ven afectados sus intereses.
Manuel Noriega, el “carepiña”, nacido en un barrio pobre de Ciudad de Panamá allá por 1934, es un buen ejemplo.
Su sueño fue ser presidente de Panamá.
De muy joven y tras muchos esfuerzos, consigue una beca para una academia militar en Perú, tras lo cual, al regresar a su país, le permite ascender en las filas de la Guardia Nacional.
A finales de los años sesenta, queda bajo la tutela del general Omar Torrijos como asesor, desde donde orquesta el abuso y encarcelamiento de opositores políticos, al tiempo que se vincula con las agencias de espionaje estadounidenses, fundamentalmente la CIA.
Torrijos muere cuando se estrella el avión en el que viajaba en 1981 y Noriega se las arregla para tomar el control de la Guardia Nacional y hombre fuerte de Panamá, aunque había un presidente civil.
Con todo el poder fortalece sus vínculos con los carteles de droga en donde amasa millonaria fortuna en dólares.
Así, por años, usufructúa poder siempre al lado de Estados Unidos que pronto descubriría en él una doble cara que al principio veían como útil para sus esfuerzos por mantener su influencia en Panamá en una época de movimientos de izquierda en Centroamérica.
Sin embargo, Noriega se volvió cada vez más beligerante y colmó la paciencia de Estados Unidos, luego que congresistas en Washington comenzaron a cuestionar sus tratos con carteles de drogas.
Por respuesta, Noriega aumentó su beligerancia y cárcel contra los opositores políticos sin dejar de insultar a Estados Unidos.
Es así que en 1986 el Senado estadounidense aprobó una resolución que llamaba a que Panamá sacara a Noriega de las Fuerzas de Defensa para llevar a cabo una investigación por corrupción, fraude electoral, asesinato y tráfico de drogas. Al mismo tiempo cortó toda ayuda militar y económica.
En paralelo fue imputado en Florida por cargos de narcotráfico y lavado de dinero; los tribunales lo acusaron de convertir a Panamá en una plataforma de envío para la cocaína desde Sudamérica hasta Estados Unidos y de permitir que los fondos del narcotráfico se escondieran en bancos panameños.
Por respuesta, el dictador comenzó a organizar grandes marchas en protesta contra Estados Unidos. “¡Ni un paso atrás!” “¡Alto al intervencionismo gringo!” eran las consignas que gritaba en mítines y que comenzó a ser puesta en anuncios en toda la capital.
En 1989, se nombra a sí mismo “líder máximo” y la Asamblea Nacional le declara la guerra a Estados Unidos tras mostrar en desfiles su armamento de tierra y aéreo.
Sin embargo, la gota que derramaría el vaso se daría el 16 de diciembre de 1989 cuando las tropas panameñas mataron a un soldado estadounidense que no estaba armado, hirieron a otro y golpearon a un tercero a cuya esposa violaron.
“¡Eso fue suficiente¨!”, dijo el entonces presidente estadounidense George Bush tras anunciar la invasión de más de 27.000 tropas en una operación llamada “Causa Justa”.
En un santiamén las fuerzas armadas invasoras toman en control, Noriega escapa y asila en la embajada del Vaticano en Panamá en espera de la ayuda de Dios.
Las tropas estadounidenses asedian la legación, obligan al dictador a rendirse para ser llevado a Florida dejando en ese país cientos de muertos.
Noriega, el reo número 41586
El nuevo gobierno civil le quitó su cargo militar en 1990 después de que fuera llevado a Florida a enfrentar los cargos penales. Su fotografía de prontuario se volvió una imagen emblemática de su caída: lo mostraba en una camiseta café y reducido a un número: reo federal 41586.
“Se dice que aquellos que no aprenden las lecciones de la historia están condenados a repetirla, pero lo malo es que nadie quiere aprender las lecciones de la historia y yo fui uno de ellos”, dijo Noriega durante su juicio donde fue declarado prisionero de guerra.
Noriega fue sentenciado en abril de 1992 a 40 años en prisión.
Tiempo al tiempo.
*El autor es Premio Nacional de Periodismo |