Pero hoy es una calle mocha, porque ya no presume los 500 o 600 metros, tal vez hasta un kilómetro arbolado, que nos recordaban que estábamos en la Ciudad de las Flores.
Hace 40 años, el gobernador Agustín Acosta Lagunes, que le sabía mucho a la administración pública y a la florería, mandó a su jardinero de cabecera que plantara ahí robles y encinos, hayas y liquidámbares, araucarias y jacarandas. Y esas plantas prometedoras crecieron y se llenaron de ramas, de hojas, de nidos de pájaro, y de alturas… muchos llegaban a los 40 metros majestuosos, verdaderos rascacielos de verde primor.
Y además esos árboles llenaban también de oxígeno a la calle casi ahogada por el humo de los motores de gasolina y diésel, y combatían con susurros ramosos el ruido ambiente que casi era infernal y en adelante lo será para quienes pasen por ahí y lamenten el paraíso perdido.
Sé que muchos querrán culpar al presidente municipal de Xalapa, al Ricardo Ahued que tantas obras ha tenido que hacer para poner al corriente las calles de la ciudad, que estaban llenas de hoyos y de descuido.
Pero el Puente de la Corona, como le llaman por la ubicación de una enorme bodega de la exquisita bebida, es responsabilidad de la Secretaría de Infraestructura y Obras Públicas, cuyo titular es el esposo de una de las tres hermanas García Cayetano, que tanto han medrado con la cercanía parental de Cuitláhuac García.
La historia no absolverá al cuitlahuismo de este asesinato arbóreo, aunque la obra que hagan sea un portento -lo que sería también un milagro- y despeje la vialidad congestionada. Y es que todos los que pasen por ahí en adelante, recordarán a los fallecidos y la sombra que dieron durante tantos años, junto con toda su belleza florida.
No se vale.
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