Pero eso ya lo había dicho Denise Dresser.
Se me ocurrió también darme una vuelta por su biografía y destacar su origen otomí, su ombligo en el Valle del Mezquital, su vida de esfuerzo y su alpinismo peligroso hacia la cumbre del éxito, su carrera política limpia, su lucha por las mujeres, por los indios, su solidaridad con los jodidos… también su lenguaje florido y ayuno de pena alguna, su valentía, su inteligencia.
Pero todo eso ya lo conocen todos.
Me quise aventurar por su carrera empresarial de éxito, que empezó desde los estudios esforzados en la UNAM, pasó por el INEGI como primer empleo con reconocimiento por su formación de ingeniera genial, informada, muy preparada. Su condición de empresaria humana.
Y resulta que eso está ya consignado en columnas y reportajes recientes.
Ah, me dije, puedo entonces recorrer su carácter especial, recordar su sonrisa permanente, su enorme inteligencia emocional, social, intelectual. Cómo se contiene y nunca se enoja más de la cuenta, de lo debido… O tal vez aludir a que se mueve por las calles peligrosas de la Ciudad de México en una bicicleta mecánica, convencional, como si fuera ministra de Dinamarca o de los Países Bajos.
Entonces recordé varias fotos que circulan suyas trepada en los pedales, armada con una sonrisota plena, que la define toda.
¿Qué podría escribir de Xóchitl entonces que nadie hubiera puesto ya? ¿No habría nada nuevo bajo el sol que pudiera extraer del fondo de la imaginación para darle a conocer en exclusiva?
Y me di cuenta de que no; de que Xóchitl está en todas las páginas de los periódicos, en los televisores noticiosos, en las pantallas de los portales, en las redes, en la boca de la gente buena y honrada que es el pueblo.
Y ante tal imposibilidad, preferí mejor no decir nada de Xóchitl Gálvez… sólo por esta vez.
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