En los primeros meses, el caparazón presidencial estuvo cerrado para el gobernante veracruzano, quien utilizó todos sus recursos, digamos estilísticos, para ganarse cuando menos la aceptación de un Vicente Fox que se sentía dolido por la pérdida de la gubernatura y condolido por su correligionario Buganza.
La primera rendija que pudo abrir Fidel fue por el lado del indigenismo. Fox había nombrado cuatro años atrás al frente de la oficina para ayuda de los pueblos originarios a una empresaria de origen otomí que le habían recomendado los head hunters que contrató para que buscaran a personas idóneas que le llevaran a formar “un gabinetazo”, según sus propias palabras.
Y en ese caso le atinó, pues Xóchitl Gálvez Ruiz, una exitosa ingeniera en sistemas computacionales de origen muy humilde, había iniciado a un gran ritmo su responsabilidad, y se movía por todas las zonas indígenas del país, llevando apoyos para sacar de la marginalidad a los más recónditos rincones.
Herrera Beltrán aprovechó que en el estado hay un millón y medio de indios oriundos, repartidos en varias zonas serranas, y logró un primer contacto con la Directora de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas a través del delegado estatal, el doctor Ramón González Ortiz, quien había logrado impulsar obras estratégicas con el gobernador Miguel Alemán, y le tocó recibir al nuevo mandatario, con quien tenía relación de amistad desde varios años atrás.
Pero esta historia la terminaré de contar mañana… porque trae mucha miga.
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