Su labor primordial, la de defender la soberanía nacional, ha sido puesta en un predicamento. Por un lado, se han formalizado sus tareas de índole policiaca, lo que, si nos atenemos a las cifras –cerca de 170 mil homicidios dolosos en lo que va del sexenio y una violencia desbordada en buena parte del territorio nacional-, nada ha resuelto en México. Y por el otro, una parte de sus efectivos ha sido utilizada para servir a intereses extranjeros, en este caso los de Estados Unidos, para contener y perseguir migrantes desde la frontera sur de nuestro país. Denigrante por donde se le quiera ver.
Pero lo peor de todo, lo que perseguirá por siempre a Andrés Manuel López Obrador y a quienes lo siguen justificando es haberse sometido hasta la abyección, hasta a la renuncia de sus principales banderas políticas –nunca fueron convicciones-, ante el poder militar, el “Frankenstein” que él mismo creó para garantizarse en el poder y que ahora lo humilla sin reservas.
Si hay un tema emblemático, toral, que catapultó al obradorismo al poder, es el de los “43” de Ayotzinapa, la puntilla para un régimen corrupto y frívolo como el que encabezó Enrique Peña Nieto y que a partir de ahí, fue en caída libre, mientras el movimiento de Andrés Manuel se consolidaba al grito de “Fue el Estado”.
Hoy, resulta que ya no “fue el Estado”. Que siempre no fue el ejército el que de manera premeditada participó e incluso ejecutó la desaparición de los 43 normalistas en 2014. Hoy solo fueron “algunos” militares, de medio pelo para abajo, los señalados. Y a quienes acusaron en el pasado la responsabilidad castrense, con pruebas en la mano, se les da trato de “conservadores”, “injerencistas” y “adversarios”.
El régimen que iba a “transformar” y a “moralizar” la vida pública del país, hoy quiere imponer a un policía implicado en la construcción de la “verdad histórica” sobre Ayotzinapa como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, mientras defiende hasta la ignominia al jefe de los militares a los que hace nueve años acusaban de haber sido perpetradores. Y hasta lo condecora.
El galardón que le entregó López Obrador este miércoles en Perote, Veracruz, al general Salvador Cienfuegos, ex secretario de la Defensa Nacional del sexenio de Peña Nieto, tiene una carga simbólica brutal: representa la claudicación final, la sumisión y genuflexión ante el poderío militar, representado en una imagen en la que el actual titular de la Sedena –señalado por enriquecimiento súbito- sonríe, mientras el presidente baja la mirada y la figura de una pistola se asoma en la parte trasera del pantalón del militar condecorado, a quien el gobierno de la “4t” rescató de una investigación y aprehensión por narcotráfico en Estados Unidos para garantizarle total impunidad.
López Obrador se dobló ante los militares. Y les entregó el país.
¿En Rocío sí confío?
Ninguna sorpresa causa que Morena haya decidido dejar que ocho aspirantes participen en su “encuesta” para definir la candidatura a la gubernatura. Era previsible, para justificar la imposición que pretenden.
Solo que parece que no va a estar tan sencillo como creían, pues a diferencia de lo que dice la propaganda que le han hecho, resulta que Rocío Nahle no salió en primer lugar en sus primeros sondeos.
¿Qué van a hacer si eso se mantiene hasta el final? ¿Se harán autofraude?
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