A esos veracruzanos que lo fueron antes de que Veracruz existiera y que tuvieron que ver padecer y morir a sus ancestros, les fue a decir que no, que no es tal el que ha sufrido por mantener su esencia y su alma en estas tierras, sino “quien llega a esta bendita tierra a trabajar”.
Y dijo una barbaridad que le debe haber restado varios puntos en su no muy buena posición en las encuestas reales: “Soy más veracruzana que La Bamba”.
No.
Querer ser más jarocho que los jarochos es como mentar la soga en la casa del ahorcado. El legendario regionalismo que define a quienes nacimos en el mejor lugar del mundo dio un vuelco, hizo un rizo imposible en el aire al escuchar que una zacatecana ya se siente más veracruzana que todos solamente porque vivió 30 años entre nosotros. “Tres siglos podrían pasar y nunca sería más jarocha que nada”, podría responder cualquier oriundo.
He ahí la estrategia fallida de los operadores políticos, trabajando una vez más en contra de las posibilidades y las ilusiones de la señora Nahle.
Si entre las mentes especializadas en psicología social y en manejo de imágenes que controlan la campaña de la ingeniera hubiera alguien que conociera un poco de sicología de masas y de la realidad ontológica del jarocho, seguramente ya les habría dicho que lo más conveniente sería que doña Rocío no negara su origen, que hablara bien del estado que le dio vida y estudios, que se manifestara orgullosa de su condición de zacatecana.
Y de ahí podría pasar a hablar maravillas de la tierra que no la vio nacer, pero en la que medró y formó una familia con un esposo veracruzano y dos hijas naturales de Coatzacoalcos.
Así no, ingeniera Nahle, queriendo convencernos a nosotros -que amamos tanto nuestra raíz- de que usted quiere más a nuestro estado, nunca conseguirá nuestra simpatía.
Y es que dice el dicho que el que niega una vez…
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