Le conté cómo caminábamos llenos de alegría y cómo nos sentíamos felices de estar en una convivencia cívica que más parecía una fiesta juvenil, que era divertida, con muchos cuates alrededor y chamacas bonitas por todos lados.
Y le tuve que decir también cómo ese gobierno de un sátrapa nos golpeó, nos encarceló y nos mató. A nosotros, que éramos el futuro del país y la esperanza de un México que crecía y se convertía en una de las naciones más importantes del mundo.
Finalmente, le expliqué que aquel movimiento cambió para siempre la vida política de México, y de ahí el régimen tuvo que ir haciendo concesiones hasta que desembocamos en la primera transición, con el triunfo del candidato panista Vicente Fox contra todo el aparato, el dinero y la fuerza del Gobierno.
—Mi vida quedó marcada también por esas marchas —le confesé a mi joven amigo—, pues mal que bien hicieron de mí una persona preocupada por las libertades ciudadanas, por nuestra capacidad de decidir el gobierno que queremos, por la vigencia de la democracia.
¿Por qué tendría que ir él a la marcha? Pues para aprovechar la fiesta que es una concentración masiva y pública; para sentir la imborrable sensación de ser parte de un movimiento popular -éste sí verdadero- que quiere una mejor vida para todos; para empezar a aprender que tenemos una responsabilidad en la vida, que es estar al lado de nuestros prójimos -de nuestros próximos- para exigir justicia, capacidad y honorabilidad a quienes estén en el gobierno.
Al ver su mirada honesta y refulgente, creo que algo logré con mi historia, y así como él espero que vayan muchos jóvenes a la marcha del próximo domingo 18 de febrero, para decirle al sátrapa actual que no estamos solos y que no puede engañar a una nación entera.
Vamos a ser millones (aunque nos cuente Martí Batres).
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