Se acaba el sexenio del presidente López Obrador en medio de las conjeturas de su continuidad, más allá del encargo formal. La lectura de lo que se muestra no es solo la continuidad de un modelo, de unas ideas que se venden como cuarta transformación, sino que para muchos es en realidad la continuidad del ejercicio del poder de un personaje que ha logrado maniatar a su sucesora, y por ende, puede imaginarse como la actualización de un esquema de control ocurrido en nuestra historia política hace casi 100 años con el maximato.
Múltiples mensajes referencian a un presidente distante del demócrata respetuoso que asume el fin de su ejercicio público y da un paso al costado. Nada de eso. Declinar su protagonismo es un camino que no piensa inaugurar. No, cuando es el único dueño del cambio de régimen, el que ha desmontado las columnas del largo proceso de construcción democrática que existía en nuestro país para instalar un régimen autoritario y autocrático a su medida; en su plan no está dimitir de su égida. Lo que se vislumbra, es la posibilidad de un asalto, de la toma de una presidencia acotada, débil en su liderazgo y asediada por la megalomanía.
“Quien mucho se despide pocas ganas tiene de irse” dice el refrán, y el actual presidente se ha despedido más veces de las que la sensatez política recomendara. Sus despedidas acompañadas de la presidenta electa parecen dejar claro que en realidad él no se irá, pues para ello ajustó sus tuercas institucionales, políticas, incluso partidarias; “todo atado y bien atado”.
En las despedidas, al lado del gran timonel, una acartonada sonrisa le acompaña la que no ha dejado de ser la corcholata ganadora, festejando los cambios que fueron requeridos y le fueron entregados como los regalos al señor, como las “garantías” de que nada detendrá, ni desviará la gran marcha de “la revolución de las conciencias” y con eso el advenimiento de los nuevos tiempos. En ello se centra el ideario del “ser superior que encarna al pueblo”, las trompetas han tocado y las murallas se han vencido, ahora los poderes son tres pero en uno.
“Equilibrando principios con eficiencia”, o sea, al costo que sea, se alcanzaron los arreglos legales e institucionales requeridos. Los pactos y acomodos políticos por ruines y degradantes que sean, deben “valorarse” en su importancia patriótica e histórica porque además, ellos favorecen una continuidad que se basa en el linaje y para ello su instrumento político partidario también debía ofrecer certezas, como en cualquier monarquía, por eso se encomendó al príncipe heredero, con el respaldo de los nuevos nobles, a las nuevas familias señoriales que hoy por hoy constituyen los núcleos duros del poder de los que no son iguales.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Parece que también continuará negar la realidad como base del manual de los otros datos.
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