Sheinbaum aceptó ese papel. Por conveniencia política, por temor a perder la confianza del líder que la colocó ahí y quizás hasta por convicción. Pero a partir de este martes 1 de octubre la responsabilidad política, histórica y sobre todo legal de lo que suceda en el país es suya. De nadie más. Así que más le vale asumirlo como tal.
Y lo que recibe no se parece en nada al país de fantasía que la propaganda del régimen difunde sin rubor. El México que gobernará Claudia Sheinbaum sangra en medio de una violencia generalizada, más aguda en algunas regiones, pero que le afecta a todo el territorio y que provocó en el sexenio que termina la dantesca cifra de 200 mil personas asesinadas. Un hito trágico en la historia nacional del que por supuesto, el que se va jamás se hará cargo ni asumirá responsabilidad alguna. Como pasó durante todo su sexenio.
Sheinbaum tendrá el enorme reto de enfrentar la violencia en medio de un escenario en el que el crimen organizado está totalmente enseñoreado en amplias franjas territoriales, donde en los hechos el Estado fue borrado y solo vale la ley que los delincuentes imponen. Pero su única arma a la mano será la de los militares, cuya actuación en labores de seguridad pública lleva 18 años siendo un fracaso, a pesar de lo cual esa estrategia se profundizó mientras a la casta castrense se le entregó todo el poder, ahora incluso hasta para investigar a ciudadanos comunes, mientras a los criminales les piden que ya “arreglen” sus diferencias.
Aunado a ello, y aun cuando pudiese parecer lo contrario, la demolición del estado de Derecho que ha supuesto la embestida contra el Poder Judicial de la Federación operará en su contra. Jueces venales y de consigna serán fácilmente cooptados por la delincuencia, dejando a su vez a los ciudadanos en la indefensión absoluta, lo que inevitablemente repercutirá en los índices de violencia y de corrupción. Una tormenta perfecta que en la borrachera de poder no han querido ver, pero que podría ser arrasadora en la resaca.
Por si no fuese suficiente y pese al falso triunfalismo con el que se conduce el régimen, la situación económica y financiera del país pende de un hilo a punto de romperse. La deuda que le hereda López Obrador a Claudia Sheinbaum por 6.6 billones de pesos supera la mitad del Producto Interno Bruto del país y, al ya no existir los fondos de estabilización que se recibieron de otras administraciones, mantener el ritmo del gasto público, especialmente en el único verdadero éxito del obradorato que son los programas sociales-clientelares, se vuelve prácticamente imposible sin subir impuestos o contratar todavía más deuda. O hasta aplicar la de Echeverría, imprimir billetes.
Adicionalmente, la amenaza de una recesión de la economía de los Estados Unidos y la falta de certeza jurídica para invertir en México derivada de la reforma judicial afectará la actividad productiva y los ingresos de las familias mexicanas, que cada vez dependen más de las remesas enviadas desde Estados Unidos –que en buen volumen se sospecha que sean más bien producto del lavado de dinero- o de los programas clientelares, que están en el límite de la insostenibilidad.
Junto con todo lo anterior, un sistema de salud devastado, infraestructura carretera que se cae a pedazos, crisis humanitarias como la de los desaparecidos y la violencia feminicida, una corrupción galopante, un tejido social roto y una sociedad confrontada y fracturada son parte de la herencia envenenada con la que Claudia Sheinbaum iniciará su mandato, acotada por su antecesor, que le puso a más de la mitad del gabinete, quien no parece tener intención alguna de jubilarse de la política y más bien, pretende seguir ejerciendo el poder desde “La Chingada”, su rancho en Palenque, Chiapas.
A partir de hoy, se escribirá una nueva historia. Esperemos no sea otra de terror.
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