Sergio Gutiérrez Luna, por su parte, encarna la figura del político camaleónico que se arrima al árbol que más sombra da. Su carrera ha sido un constante brincar de un paraguas político a otro, sin más criterio que el beneficio personal. Aunque se arropa con los colores de Morena, su historia y sus alianzas gritan PRI. Está ligado estrechamente a personajes como Horacio Duarte, Mario Delgado, Adán Augusto López y Ricardo Monreal, todos herederos directos del viejo PRI autoritario y clientelar. No es casualidad que todos ellos compartan una característica central: la profunda desconfianza —cuando no el abierto desprecio— del movimiento transformador que hoy gobierna.
La desfachatez de Gutiérrez Luna no tiene límites. Avalar desde la Mesa Directiva un minuto de silencio en el pleno por la muerte de Ozzy Osbourne —sí, el vocalista de Black Sabbath, ícono de los excesos, consumidor confeso de todo tipo de drogas— demuestra una desconexión alarmante con los valores de la sociedad mexicana que deberían regir al poder legislativo. ¿Ese es el referente que se quiere exaltar en el recinto de San Lázaro?
Afortunadamente, no todo está podrido. La bancada veracruzana de Morena votó en contra de esta infame conformación, dando una lección de congruencia. Incluso Julen Rementería del Puerto, legislador federal panista, hizo lo mismo. Mientras en San Lázaro la mayoría de diputados de Morena actúan como borregos rumbo al matadero, obedeciendo sin cuestionar, desde Veracruz alzan la voz para rechazar esta claudicación moral.
¿De qué sirve hablar de transformación si se pacta con lo peor del pasado?
El futuro de México no puede depender de quienes solo buscan sobrevivir políticamente bajo cualquier sombrilla, aunque sea la más corrupta.
Al tiempo.
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