Eso lo sabía y lo supo el maestro Alberto Islas Reyes, quien entendió que el acto de gobernar no es quedar bien con la mayoría, sino hacer las obras indispensables para que la población tenga servicios de calidad y la infraestructura necesaria que necesita toda ciudad moderna.
Murillo Vidal, Maestros Veracruzanos, Presidentes, Lázaro Cárdenas, Ruiz Cortines, Araucarias… semejaba que la ciudad había sido bombardeada por los misiles rusos o por las inmisericordes bombas del genocida Netanyahu. Llegó un momento en que la movilidad parecía extinta en la que alguna vez había sido villa apacible y lugar propicio para la reflexión filosófica y el estudio fecundo y creador. Para los recorridos de un lado a otro, la Atenas se convirtió en la “Apenas” y los
habitantes empezaron a recogerse en sus hogares, como si hubiera regresado la bochornosa época de la epidemia de Covid.
Pero las obras se fueron haciendo con celeridad, con la prontitud que solamente pueden lograr los ingenieros que saben de vialidad y de construcción. Los habitantes, mosqueados por las imprecisiones y los atrasos de los puentes jorobados de Cuitláhuac en Lázaro Cárdenas, empezaron a ver con satisfacción que los concretos hidráulicos terminaban de fraguar en tiempo y forma, y que las calles poco a poco se iban liberando para el paso ahora más cómodo y seguro de los vehículos de toda laya que adornan y empecinan las vialidades capitalinas.
Hoy, el alcalde ha trocado las reclamaciones por el reconocimiento ante las obras bien hechas, y las calles han vuelto a ser, de imposibles que eran en un momento, a sólo difícilmente complicadas.
Fue el arrojo del maestro Alberto Islas el detonante de esas obras, que se le agradecerán tanto como se le criticaron en los momentos más álgidos.
Y es que gobernar bien es cosa de espíritus forjados en el crisol de la valentía.
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