Junto a las diputadas locales químicamente puras Tanya y Dorheny, aparecen los legisladores Felipe Pineda Barradas, Rafael Fararoni Magaña, Alejandro Porras Marín, Paul Martínez Marié como los miembros del grupo muy afín al exgobernador.
Esa caterva de representantes populares, que lo son más de Cuitláhuac, llegó a formar un frente en contra del profesor Esteban Bautista, nombrado líder de la Junta de Coordinación Política de la Legislatura, e intentaron bajarlo para que quedara en su lugar quien era la Presidenta de la Mesa Directiva, Tanya la Guerrillera, quien se destacó por sus faltas de respeto cuando se cantaba el Himno Nacional en el recinto de la Legislatura.
Los cuitlahuistas han permanecido dentro de la administración de Rocío Nahle como un conjunto semiautónomo, tolerado debido a recomendaciones directas del Patriarca López Obrador sobre el trato especial que debe recibir el exgobernador de Veracruz.
La propia Gobernadora ha tenido que contenerse ante el descubrimiento de innumerables inconsistencias en el manejo de los dineros públicos durante el Gobierno cuitlahuista. A pesar de sus deseos de aplacar y deshacer la participación irrespetuosa y confrontadora del cuitlahuismo, la ingeniera ha recibido instrucciones de Palacio Nacional de que debe aguantar vara, para no herir las susceptibilidades del Mesías encuevado en Palenque.
Parte por sus limitaciones intelectuales y parte por la soberbia de sus miembros, en el “sectorcito” de los cuitlahuistas permea un ambiente de triunfalismo y permanece la idea de que siguen siendo los dueños del poder estatal. Han operado en la total impunidad hasta ahora, y eso les ha fomentado la creencia errónea de que siguen siendo el factor decisivo dentro de la política veracruzana.
Lo único que no saben es que pende sobre ellos la espada de Damocles, y en cualquier momento les cae como guadaña.
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