“Las cosas no son difíciles de hacer; lo que es difícil es ponerse en disposición de hacerlas”. – Constantin Brancusi.

Durante años, Veracruz padeció una paradoja dolorosa: mientras se anunciaban estrategias de seguridad al interior del estado, la falta de coordinación con las entidades vecinas abría grietas por donde se colaban la violencia y la impunidad. Los llamados “efectos cucaracha” —el desplazamiento del delito de un territorio a otro— se convirtieron en una constante que terminó por cobrarle factura a la sociedad veracruzana. Hoy, ese escenario comienza a cambiar, y no es casualidad.

La gobernadora Rocío Nahle García ha venido construyendo, con paciencia y firmeza, una diplomacia interregional poco común en la historia reciente del estado. Lejos del protagonismo estéril, su apuesta ha sido clara: entender que la seguridad no reconoce límites administrativos y que sólo mediante la colaboración efectiva entre estados se puede aspirar a resultados sostenibles. En ese sentido, la firma de convenios interestatales con entidades colindantes ha dejado de ser un acto protocolario para convertirse en una herramienta real de política pública.

Como ha subrayado el propio Gobierno del Estado, estos acuerdos han permitido fortalecer el intercambio de información, la coordinación operativa y la planeación conjunta entre corporaciones de seguridad. El resultado empieza a reflejarse en los indicadores: la disminución gradual de los índices delictivos en territorio veracruzano no obedece a la casualidad, sino a una estrategia que reconoce la complejidad regional del fenómeno criminal.

El liderazgo de Nahle García ha sido clave. No se trata únicamente de firmar documentos, sino de generar confianza política entre gobiernos, algo que estuvo seriamente deteriorado en administraciones pasadas. La gobernadora ha entendido que el respeto institucional y el trato directo entre pares son condiciones indispensables para construir una agenda común. Su reciente visita a Oaxaca, con motivo del informe del gobernador Salomón Jara Cruz, es una muestra clara de ese nuevo talante: diálogo franco, reconocimiento mutuo y voluntad de cooperación.

Ese gesto, más allá de la cortesía política, envía un mensaje contundente. Veracruz ya no se concibe como una isla ni como un problema aislado, sino como parte de una región que comparte desafíos y responsabilidades. La relación con Oaxaca, al igual que con otros estados vecinos, se inscribe en una lógica de corresponsabilidad que busca cerrar el paso a la delincuencia organizada desde una perspectiva integral.

En contraste con el pasado, cuando la descoordinación y los desencuentros políticos facilitaban el traslado de grupos delictivos de un estado a otro, hoy se observa una estrategia que privilegia la prevención y la acción conjunta. La diplomacia interregional que impulsa Rocío Nahle no es retórica: es una forma de ejercer el poder con visión de largo plazo.

En tiempos donde la seguridad exige más cooperación que discursos, Veracruz parece haber encontrado en esta política de buena vecindad un camino efectivo. La gobernadora ha entendido que gobernar también implica tender puentes, y esos puentes, hoy, comienzan a traducirse en mayor tranquilidad para la sociedad veracruzana.

Al tiempo. 

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