Según la versión oficial, el desdén de Enrique Peña Nieto a Javier Duarte no fue tal, más bien el presidente de la República no reconoció al gobernador de Veracruz. Y es que hay que entenderlo, s amigo Javier Duarte es un tipo rechoncho, saludable y feliz. Pero el que se le presentó en la salutación de Los Pinos en el marco del Programa Integral de Atención a la Niñez, después de estar saludando con afecto al gobernador de Zacatecas, era un sujeto desmirriado, con brackets de adolescente rico, con un rostro enjuto, enfermizo, que ensayaba una sonrisa que sólo alcanzó a ser mueca. Es por ello que el presidente no se le fue a los abrazos al amigo, quien hubiera respondido con una sonora carcajada que se hubiera escuchado burlona hasta los pueblos más recónditos del estado de Veracruz.
El gesto de Javier Duarte ante tal desdén no sólo fue de desilusión sino también de sorpresa. Peña Nieto lo trató como si de un colado cualquiera se tratara. Le mandó con el brazo una señal que lo alejó, que no le permitió acercarse más; una señal de “ahí te ves wey”. ¿Cuál fue el pecado de Javier Duarte para que Peña Nieto lo haya tratado con tanto desdén?
Recapitulemos, mientras las instituciones de auditorías, de servició tributario y de procuración justicia señalan que Veracruz tiene una cantidad enorme de denuncias por el mal manejo de los recursos, el gobernador Javier Duarte de manera muy oronda declaraba que el presidente Peña Nieto era su amigo. Mientras las asociaciones civiles de transparencia rechazaban las declaraciones patrimoniales del gobernador Javier Duarte, acusándolo de esconder el patrimonio de su esposa y de sus familiares, el gobernador Javier Duarte seguía diciendo que su relación con el presidente era muy buena; mientras el estado de Veracruz clamaba por la intervención federal para evitar que el corrupto Javier Duarte blindara su salida con impunidad, el gobernador seguía diciendo que el presidente Peña Nieto lo respaldaba.
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Todo eso sucedió mientras el presidente Peña Nieto lidiaba con otro escándalo de corrupción por el pago de impuestos de un departamento en Miami propiedad de su esposa; impuestos que pagó uno de sus contratistas. Por su esposa Enrique Peña Nieto claro que debe dar la cara, pero por su “amigo”, el acusado de corrupción, de ser ladrón, de ser burlón y opaco, por ese, por ese no. Es por ello que cada vez que Javier Duarte salía a decir, en espacios radiofónicos a nivel nacional, o en medios de comunicación que cobran en millones sus entrevistas, que el presidente lo respaldaba, eso le sonaba a Peña Nieto como si Duarte declarara que el presidente solapa las corrupciones de sus amigos.
Y sí las solapa, pero las de sus amigos, no las de un sujeto que quiso ganarse su confianza con maletas llenas de dinero, con gracejadas, con burlas y con errores. Peña Nieto solapa a sus amigos, pero queda claro que Javier Duarte no es su amigo. Una semana fue más que suficiente para dejarlo claro, una semana y tres anécdotas, porque la tozudez del “amigo” Duarte así lo requería; porque el “amigo” Duarte no quería entender, porque el “amigo” Duarte se aferraba a un imposible, como dice la canción de Juan Gabriel.
El primer mensaje se lo dio Peña Nieto a Duarte en la Escuela Naval Antón Lizardo, es decir en la propia casa del gobernador. En el evento Duarte estuvo en un rincón, con la orden de que no se acercara al presidente. El segundo mensaje lo emitió Peña Nieto en la entrevista con López-Dóriga, por cierto la última entrevista del presidente en ese programa ya extinto. Ahí Peña fue enfático cuando refiriéndose al caso Veracruz declaró: “Cada uno de ellos tendrá que enfrentar los señalamientos de que son sujetos, tendrán que enfrentar las investigaciones que hoy se están realizando y lo que está comprometido de parte de mi gobierno es no solapar, no permitir que haya actos de corrupción”. El tercer mensaje fue el que relatamos al principio, en Los Pinos, la casa del presidente. Duarte no pudo soportar ese desdén por ello no logró componer su rostro que transitó de la sorpresa a la decepción, de la decepción a la amargura, de la amargura a la resignación.
¿Cuál fue el pecado de Javier Duarte? Javier Duarte transgredió el segundo mandamiento de la ley presidencial: “No utilizarás el nombre del presidente en vano”.
Armando Ortiz aortiz52@hotmail.com
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