Un léxico que en circunstancias coloquiales es parte de lo cotidiano, del modismo jarocho, de las expresiones dichas incluso como parte de la alegría veracruzana, pero no del uso y costumbres en las esferas de partido y poder, legado del México independiente.
Al presidente municipal, en ciernes para la candidatura a la gubernatura 2018-2022, se le hace muy fácil llamar al gobernador saliente Flavino Ríos, “cobarde” , “solapador”, “tramposo y “maricón”; sin tapujos califica a su tío consanguíneo Héctor Yunes Landa como “corrupto” y “cómplice del quebranto financiero”; a su paisano hombre hasta hace unos meses de todos sus respetos, el senador José Francisco Yunes Zorrilla “corrupto” y “cómplice”; al responsable de las finanzas, Gómez Pelegrín de “suicida, loco y cínico”, y a su par, el alcalde de Xalapa, Américo Zúñiga “farsante, cómplice y desvergonzado”…
Ya nomás falta que los vea a tiro de guante para que les rompa la cara. Y aunque tal vez eso y más se merecen es inadmisible hacer tabla rasa.
De hecho hay quien opina que Javier Duarte y camarilla deberían ser juzgados en una plaza pública para desahogo del respetable; que se les refunda en la cárcel en compañía de sus padres, hermanos e hijos; que les deberían cortar las manos y confinarlos toda la su perra vida en la peor mazmorra, pero…
Vivimos en una sociedad organizada en donde buscamos en el día a día regirnos por un marco legal, nos agrade o no.
Oír en la radio vociferar a este mozalbete abre serias dudas acerca de lo que nos espera y que pensábamos habíamos superado desde que la Revolución se bajó del caballo.
Esa política chicharronera de que las cosas se hacen “por mis güevos”. Eso de que el jefe manda y si se equivoca “vuelve a mandar” y eso de tomar liderazgos sin merecerlos o usufructuar pretendidos poderes dinásticos son, o deberían ser, cosa del pasado.
Pero me temo que no.
Ya mismo la escandalosa toma de Palacio de Gobierno de manera indefinida –bueno, ni tanto, será hasta el último de noviembre porque al que llega alfombra roja- habla de parcialidad en las decisiones políticas, de ejemplo de lo que eventualmente nos espera y de una impaciencia rayana que mueve a la sospecha.
Los 180 mil millones que tienen quebrado a Veracruz no llegarán jamás y los 24 meses del gobierno del señor Yunes Linares, se entiende, solo deberían servir para regresar a premisas insoslayables como son la seguridad, un alto contundente a nuevas prácticas corruptas y poner a Veracruz en una tránsito democrático.
Pero si se adelantan ¡les urge llegar al poder! con insultos a los senadores de la república –que son sus mismos parientes-, y con los alcaldes que todavía están a un año de entregar y pueden mover la balanza electoral en contra del PAN –el PRD es comparsa- utilizando a golpeadores para amedrentar a los salientes y la ciudadanía misma, pues, a propósito de esta temporada, triste nuestra calavera.
Quienes se decidieron en las urnas por Miguel Angel Yunes Linares –y este no es un recetario- lo hicieron pensando y creo que así siguen en que el nuevo mandatario deberá trabajar por la unidad, la concordia entre los veracruzanos, la tolerancia al disenso, el pluripartidismo y a las voces críticas que incomodan pero que son el espejo del poder, así como el respeto por las instituciones –Yunes Linares, es ya mismo una institución- y la aplicación de la justicia –no a secas como el apotegma juarista-, sino la estricta aplicación de la ley y cárcel para quienes nos han provocado tal quebranto del cual difícilmente nos habremos de levantar en no menos de tres décadas.
Al propio Yunes Linares bajo ninguna circunstancia conviene pelearse con los poderes, ni con los sectores productivos a quienes el gobierno que hereda debe, ni con los universitarios o pensionados y jubilados, menos con los generadores de opinión –Ginos o no- ya que su gestión es un suspiro.
Y eso, por cierto, es lo que hemos venido entendiendo con sus repetidos mensajes.
Por ello llama la atención los ajos y cebollas de un envalentonado alcalde –que solo es uno de los 212 que hay en Veracruz- apoyado por un puñado de interesados aplaudidores.
El mismo que se muestra tan docto, infalible, juez de Núremberg y con un pasado familiar y político libre de toda tacha.
Y no cabe duda que nunca termina uno de aprender: cada generación piensa que puede ser más inteligente que la anterior olvidando que la prudencia, la mesura, debería ser el camino.
El Palacio no se le va a ir a nadie.
Quizás la cárcel sí para esos tramposos de la fidelidad que ya no saben cómo escabullirse. Por ahí justamente habría que insistir aunque se cimbre a México.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo |