Una vez más el mundo entero confirma las aseveraciones de que Estados Unidos enfrentará una pesadilla con la conducción de su política de la mano del presidente Donald Trump.
Los primeros días de su mandato han permitido ver, la obtusa y por demás infausta visión de un hombre que podrá decir saber mucho de negocios, pero que de política y relaciones diplomáticas sabe menos que un párvulo.
Los recientes frentes abiertos de sus dichos como jefe de la aún más poderosa potencia del mundo, conflictúan todo el escenario mundial, pues tanto líderes de Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón, China observan cautelosos el viraje que el capitán de este acorazado pretende darle a su política internacional.
Hasta donde han llegado las infames actitudes de este personaje, que políticos carentes de credibilidad global, hoy salen en defensa de México, como es el caso del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien durante un mensaje a su nación advirtió tajante, quien se mete con México, se mete con Venezuela, no es posible que el presidente Trump intente pisotear los sueños del pueblo de Zapata, de Villa, esos que como Bolivar, soñaron con una América unida, fuerte, eso no lo vamos a permitir.
Sabedores de que su visión de un nacionalismo a ultranza disfrazado de proteccionismo comercial, es un arma cargada que tarde o temprano habrá de dispararse, los mexicanos debiéramos voltear a nuestro legado histórico para contemplar y valorar el paso que se habrá de dar.
Para ello, debemos virar nuestra atención al siglo XIX y principios del XX, en un afán de contemplar como el régimen de Porfirio Díaz debió batallar con un escenario similar, quizá más complejo, como es sabido, el régimen porfirista fue uno de los más proclives a favorecer los intereses extranjeros de la historia mexicana, y en ello las descripciones son similares a las de la reciente administración de Carlos Salinas de Gortari e incluso a la que vive hoy Enrique Peña Nieto.
Tanto los contemporáneos de Díaz como los historiadores condenan, en particular, la supuesta búsqueda exclusiva de la inversión foránea y el trato preferencial a inversionistas y trabajadores extranjeros. La mayoría de los estudios conceden que estas medidas produjeron mejoras de infraestructura, presupuestos equilibrados y avances para la incipiente clase media. Sin embargo, también coinciden en que la apertura comercial enriqueció sólo a un número relativamente reducido de individuos, incremento la dependencia del país respecto de Estados Unidos, despilfarró los recursos nacionales y aceleró el proceso de desamortización de las tierras indígenas. No fue casualidad que la expresión “México: madre de los extranjeros y madrastra de los mexicanos” adquiriera popularidad durante la larga dictadura de Díaz. Por ello, la mayor parte de los estudios realizados sobre el porfiriato concluyen que el periodo fue de relaciones cordiales con Estados Unidos y los países europeos.
Es así como esta visión aparente de subordinación voluntaria y relaciones cordiales, no da cuenta de la totalidad de la historia. Por el contrario, la evidencia histórica muestra a un Díaz que con frecuencia promovió una política exterior independiente y nacionalista.
De esta manera, Porfirio Díaz se valió de su condición de veterano y héroe condecorado de la guerra contra los franceses para exaltar su participación en la lucha contra invasores extranjeros. Su gobierno pretendió inculcar un “nacionalismo oficial” a sus gobernados, una visión repleta de imágenes hostiles especialmente dirigidas a los españoles, británicos, franceses y estadounidenses.
Ahora bien, es importante resaltar que este nacionalismo no fue un recurso meramente retórico de doble cara, para esconder la supuesta naturaleza compradora del régimen. Díaz rehusó, por ejemplo, pagar más que una compensación simbólica de los añejos reclamos europeos contra México, posición que retrasó el reconocimiento diplomático de Gran Bretaña e impidió que el gobierno mexicano recibiera créditos sumamente necesarios de su principal fuente de inversiones.
De igual modo, el dictador tampoco otorgó un trato deferente a Estados Unidos. Su gobierno con frecuencia afirmó los intereses mexicanos frente a la agresiva política estadounidense hacia México y el resto de los países americanos. Díaz y sus asociados, aun en lo que se refiere a inversiones extranjeras, reconocieron posteriormente los límites del individualismo del laissez faire: hacia el final de su mandato, adoptaron medidas que apuntaban hacia un mayor control por parte del Estado mexicano sobre los enormes recursos materiales del país.
El caso de la política exterior porfiriana aparentemente nos enfrenta con una paradoja. Por un lado, los porfiristas, discípulos de las filosofías modernizadoras occidentales en boga durante el siglo XIX, creyeron que al estrechar los vínculos con las pujantes naciones industriales del norte desarrollarían un Estado mexicano fuerte. Pondrían fin así a la inestabilidad política y a las invasiones extranjeras de las décadas anteriores. Por esta razón, compartida por muchos de sus contemporáneos en Latinoamérica, acordaron conceder importantes privilegios a los propietarios extranjeros.
Por otro lado, los porfiristas siguieron temiendo las imposiciones a la soberanía política de México y conscientemente se opusieron a ellas. Díaz, atendiendo a este temor, representó en ocasiones el papel del molesto dictador nacionalista, reservado usualmente por los historiadores para personajes como Cipriano Castro de Venezuela o José S. Zelaya de Nicaragua.
La política exterior de Díaz fue amoldando esta máscara de Jano gracias a las lecciones recibidas durante los primeros años del régimen (1876-1884). El mismo año que Porfirio Díaz llegó al poder, enfrentó dificultades con el presidente de Estados Unidos, Ulises S. Grant y con su sucesor, Ruhteford B. Hayes.
Grant y Hayes no sólo deploraban el derrocamiento del gobierno constitucionalmente electo de Sebastián Lerdo de Tejada, pretendían además manejar la falta de “legitimidad” de Díaz como palanca para extraer importantes ventajas en varias disputas fronterizas y financieras.
Por ejemplo, Hayes dejó ver esta clara determinación cuando despachó tropas a la frontera con México y amenazó con acciones militares. Díaz, por su parte, ordenó al general Gerónimo Treviño resistir a toda costa cualquier intento de invasión. Justo cuando el gobierno mexicano parecía tambalearse, Díaz encontró el apoyo de los empresarios ferrocarrileros e industriales estadounidenses. Influyentes inversionistas y banqueros, impacientes por la pérdida de oportunidades económicas ocasionada por la ausencia del reconocimiento diplomático, indujeron al Congreso estadounidense a crear un comité que investigara la situación mexicana.
En abril de 1878, Hayes anunció el reconocimiento diplomático incondicional y, más tarde, procedió a retirar las tropas de la frontera.
De esa forma, Díaz empleó el nacionalismo en su política exterior, durante este enfrentamiento con Hayes, para cimentar su gobierno. La digna oposición frente a la postura agresiva del gobierno estadounidense, aunada a su antiguo heroísmo durante la Intervención Francesa, permitió al joven presidente mexicano presentarse como… héroe nacional. El uso del “nacionalismo oficial” para el propósito de construir el Estado descansaba sobre precedentes asentados durante los gobiernos de Antonio López de Santa Ana y Benito Juárez.
Hoy como nunca, nuestra visión del pasado deberá permitirnos levantar las ataduras del velo que pretende distraernos de lo verdaderamente importante, ¿es o no una cortina distractora el llamado de Trump? ¿Quién se acuerda hoy de los problemas nacionales? ¿Dónde quedo el alza en el precio de los combustibles y energéticos? ¿Quién recuerda hoy el alza en los precios?, ¿Quién pone atención al valor del tipo de cambio?
Por favor, veamos esta crisis como una oportunidad para solidarizarnos como ciudadanos, como nación, reforcemos una postura opositora valiente, que castigue a quien osa pisotear nuestra integridad en lo que más les duele, saboteemos la compra de productos y artículos americanos, y favorezcamos el comercio nacional, dejemos de comprar Coca Cola y Hamburguesas, y pasemos a tomar agua de limón, horchata y Jamaica, comamos más tamales y tacos, refrendemos nuestro nacionalismo de modo tal, que el señor Trump, implore la magnánima benevolencia del pueblo de México.
Ese México que ya era nación, cuando los ancestros del señor Trump buscaban emigrar a su nueva nación.
Al tiempo.
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