Una alta funcionaria educativa me decía hace poco que en Veracruz “nos comimos a la gallina de los huevos de oro”, en específico con tanta corrupción en el área de recursos humanos del sector educativo federal y estatal. Y lo decía porque la federación terminó por encargarse de pagar la extensa nómina que en nuestra entidad incluye a más de 150 mil docentes de educación básica, media y normal. De esta manera, la administración estatal dejó de manejar muchos miles de millones de pesos anualmente, con los que antes hacía verdaderas cabriolas desde la famosa licuadora financiera… y enormes robos.
Pero de regreso al presente, ¿qué celebrar este día, si nuestros niños y jóvenes no saben restar y multiplicar correctamente; si no conocen las reglas elementales de la sintaxis y menos la prosodia; si no les enseñaron valores morales, como el respeto a los mayores, y éticos como la honestidad?
¿Qué celebrar, si los profesores se adjudicaron dos días libres -el lunes 15 y el martes 16- porque después de la celebración tienen que descansar, en un juego de perezas e irresponsabilidad que permitió la autoridad?
Y sin embargo sí hay que celebrar, porque en este ambiente enrarecido refulgen también buenos maestros, docentes por vocación que enseñan bien y enseñan el bien.
Son las y los que caminan horas para llegar a su aula y enseñan en las peores condiciones de infraestructura; ésos que tienen alumnos de excepción, porque más que rellenarlos de datos los han formado correctamente, como seres humanos virtuosos y estimulados intelectualmente (la educación no es un vaso que se llena, sino una lámpara que se enciende, dijo con toda razón el romano Plutarco en su obra Vidas paralelas hace miles de años; esta misma idea se atribuye erróneamente al chino Lao Tse, creador del taoísmo).
¿Qué celebrar? Me quedo con maestros excepcionales que tuve o conocí, como Guillermo Pelayo Rangel y Antonio Balderas, o Ciro Barradas y Pablo Salazar, o como la maestra Carmen Roa. Eran los profesores de la primaria Manuel Gutiérrez Zamora de Misantla, y eran sabios, porque conocían perfectamente las materias que impartían, porque tenían la letra más bonita y la mejor ortografía, pero sobre todo porque nunca faltaban a clase ni acosaban a los alumnos ni pedían prebendas especiales.
Como aquellos formadores reales de hombres nuevos, de mujeres inteligentes sigue habiendo, para bien de nuestra educación.
Pero ¡ay!, son tan escasos que su halo bienhechor se demerita en medio del barullo de los picapleitos, ésos que solamente saben exigir mucho, y a cambio no ofrecen nada.
Felicidades, pues, pero a los maestros verdaderos… ésos que se tuvieron que asolear otra vez.
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