Terminó de saborear la taza de café, sintió el estímulo de la cafeína en su sangre y sus nervios, y escuchó algunos ruidos en el cuarto de su hija, que indicaban que había despertado y se disponía a bajar. Su esposa también dio señales acústicas de que se estaba levantando, así que en unos momentos las dos estuvieron con él y empezaron el ritual dominical de ayudar a la señora a que preparara, como lo hacía a menudo, los hotcakes más deliciosos del mundo, que disfrutó como nunca -como siempre-, aderezados con ricas tiras de tocino y miel.
El tema en la mesa de la cocina fue, obvio, la elección de ese día y cayeron irremediablemente en preguntarse unos a otros por la intención que le darían a su voto.
Su esposa, práctica y resuelta como era, dijo que ella había decidido desde hace varias semanas de qué manera cruzaría la boleta electoral, así que no tenía ningún problema y resolvería su responsabilidad ciudadana de manera rápida y expedita cuando llegara a la casilla. No consideró necesario explicarles a su esposo y a su hija las razones de su decisión, y se dedicó a dar cuenta con solvencia de sus panecillos y el huevo frito que se había preparado como complemento.
La hija comentó que ella iba a acudir a las urnas, pero que pensaba anular su voto, porque era lo que le dictaba su conciencia ciudadana, ante tantos hechos de corrupción que habían terminado por postrar la economía y la vida de los veracruzanos. Como colofón miró retadoramente a su padre y le dijo que no iba a cambiar por ningún motivo su decisión.
Don Pepe felicitó a su esposa por tener tan clara su preferencia, y a su hija le dijo que aunque no estaba de acuerdo con su postura, respetaba su voluntad porque de eso se trata la democracia, hija: de entender que las personas pueden pensar u opinar diferente, y que eso es un derecho de cada persona.
Por su parte, él confesó que había pasado por un largo proceso de reflexión que había iniciado con las ganas de no participar, de no ejercer el derecho del voto, ante el estado de las cosas públicas y ante la guerra sucia que había campeado en las campañas, de parte de todos los partidos.
Después de pensarlo mucho, entendió que la participación responsable de todos los ciudadanos es la clave para ir limpiando el proceso democrático, así que pensó hacer lo mismo que su hija, y anular su voto al cruzar la boleta por varios candidatos.
Pero don Pepe era hombre de ideas largas, así que siguió pensando y llegó a dos conclusiones.
La primera era que invalidar el voto era igual a dejar de participar. Él siempre había pensado que una decisión implicaba hacer ciertas cosas, nunca dejar de hacerlas. Así que se convenció de que tenía que manifestarse por alguno de los abanderados.
La segunda conclusión iba en el sentido de que no debía votar por el candidato que le pudiera convenir a él (uno de ellos era primo muy cercano a su compadre Isaías) y que debía elegir al que considerara que podía hacer mejor las cosas en beneficio de la población. Por eso estudió lo que proponía cada uno de ellos, revisó sus vidas y sus carreras, y optó por quien consideró mejor.
A media mañana, la civilizada familia Hernández se desplazó a la casilla electoral para ejercer su derecho ciudadano y su obligación ese domingo 4 de junio de 2017.
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