Antes de que lleguemos a la respuesta que dieron nuestros amigos a los imperiosos promotores turísticos, vamos a detenernos un poco aquí en ciertos elementos del paquete que les ofrecieron.
A ver: la idea es que el cliente le dé una fuerte cantidad por adelantado a la empresa turística, y a cambio recibirá… ¡una promesa! Claro, una promesa que igual no le pueden cumplir de manera fehaciente.
Y respecto al monto del paquete, la esposa de mi amigo que amablemente se convirtió en reportera de esta columna me hizo una observación adicional: en las preguntas iniciales que le hizo la “Ejecutiva” mostró un especial interés en conocer el límite de crédito de sus tarjetas, y cuánto de ese límite tenía comprometido en ese momento. Y resultó que ella tenía un plástico con todo el monto a disposición, que era ni más ni menos que de… adivinó usted… 120 mil pesos.
Ella supone que a cada uno de los incautos que acudieron ese viernes a recibir sus regalos les hicieron una oferta diferente, que era igual a la cantidad que podían comprometer en ese momento a través de su tarjeta de crédito.
Como mis amigos le dijeron que no estaban interesados, que sus viajes los organizaban de manera diferente y que no estaban dispuestos a firmar por una cantidad tan grande, la “Ejecutiva” le hizo una seña a quien parecía su jefe, un “musculoso y guapo” funcionario turístico, que de inmediato llegó para reforzar a su empleada.
El tipo prácticamente repitió lo mismo que había dicho ella, aunque con mayor énfasis, Digamos que lo hizo de una manera más agresiva en cuanto a la venta. Cuando vio la determinación en los que pensó que podían ser sus víctimas, hizo un gesto de enojo, se levantó de la mesa y dejó que la “Ejecutiva” continuara con una nueva estrategia.
Ella les dijo que si no querían comprometer una cantidad tan grande, les podía ofrecer una alternativa más reducida: 36 mil pesos por tres años del paquete a futuros, aunque en este caso los descuentos se reducían del 50 al 20%.
Ya en pleno acoso, nuestros reporteros habilitados se plantaron en un no, y en otro y en otro más, hasta que la “Ejecutiva” se dio por vencida, después de larguísimos 20 minutos en que utilizó todos os recursos de la retórica de las ventas.
Como despedida, les dijo que aunque no hubieran adquirido ningún paquete, la empresa se mantenía en lo dicho y les iba a dar “el” regalo prometido.
Claro, ya no eran ni dos ni varios, y ya no necesitaría de toda su parentela para cargar con los obsequios prometidos.
Todo se redujo a dos presentes, de los cuales debería escoger uno:
El primero, una botella de vino tinto cuya modesta presentación denotaba la baja calidad del producto.
El segundo, un pase para disfrutar de hospedaje (sólo hospedaje, conste) gratis durante dos noches y tres días en algún hotel de una lista que ellos manejaban. Obvio, aquí ya no eran de gran lujo, sino de cuatro estrellas para abajo y solamente se podrían hacer la reserva durante una temporada baja.
Rápidamente optaron por el pase, pues llegaron a pensar que ese vino corriente les podría caer mal, y hasta envenenarlos.
Así que se despidieron, salieron con premura y se fueron pensando cuál es la autoridad que debería evitar y/o castigar la actuación de este tipo de empresas, que venden paquetes que no son sancionados por ninguna instancia oficial, federal, estatal o municipal.
Y la verdad, se quedaron preocupados por las otras personas que habían asistido, porque cabía la posibilidad de que hubieran caído en esta trampa de la fe.
Ojalá que no.
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