“Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.
Hay quienes atribuyen esta frase a Albert Einstein, otros, sin embargo, aseguran que no hay forma de confirmar su autoría.
De cualquier forma, el mensaje es claro: Si queremos que las cosas cambien, debemos buscar caminos distintos a los recurrentes.
Ese parece haber sido el razonamiento que llevó al Presidente Enrique Peña Nieto a la conclusión de que José Antonio Meade era la opción adecuada para mantener al PRI a cargo de la conducción del país.
Roberto Rock, analista del periódico El Universal, menciona una expresión que, dice, varios testigos le han escuchado al Presidente Peña Nieto: “Quizá algunos de ustedes coincidan con quienes hablan de mis defectos… que si he cometido errores, o no he leído suficientes libros. Pero les aseguro que hay algo que sí sé hacer, y eso es ganar elecciones”.
Peña Nieto se formó en una de las escuelas más reconocidas de la ortodoxia priista, el famoso grupo de Atlacomulco, en el estado de México. En su trayectoria ha demostrado que conoce las reglas del juego en su partido y que es capaz de transitar con ellas hacia la victoria.
Pero también reconoce que no se puede anclar al pasado, que ya la realidad le ha demostrado al PRI que si no se renueva, habrá otros que sí lo hagan y lo desplacen.
¿Cuál es el mayor lastre del PRI en la actualidad?
Sin duda, el desgaste de la marca. Hoy muy pocos en su sano juicio se atreven a presumir que son priistas, pues saben que hay un rechazo cada vez mayor a lo que han significado para México las siglas “PRI”.
Una vez conocido el mal, el siguiente paso fue diseñar un remedio eficaz e inmediato. “Cambiémosle el nombre al partido”, sugirieron alguno. La propuesta fue rechazada de inmediato, pues el votante mexicano ya no está en pañales, ya distingue lo que está podrido, aunque le cambien la envoltura.
El otro camino, el que tomó el Presidente, fue el de la apropiación de las consignas opositoras: “Vamos a abrirnos a la sociedad, que el partido se exprese dispuesto a impulsar una candidatura ciudadana. Otros lo habrán propuesto, pero ninguno lo ha hecho, en el PRI vamos a predicar con el ejemplo”.
Y, efectivamente, su principal rival para el 2018, Andrés Manuel López Obrador podrá presumir muchas cosas, menos de tener vocación democrática. Él construyó su partido y formó sus cuadros con un solo objetivo: ir por tercera vez en busca de la Presidencia.
El PAN y el PRD se integran en un frente mal llamado ciudadano, pues a final de cuentas pretenden designar desde la cúpula a sus principales candidatos.
Ya se repartieron el pastel.
El PAN aportará el abanderado presidencial (por supuesto, su dirigente Ricardo Anaya); el PRD al candidato a la Ciudad de México (por supuesto, su dirigente Alejandra Barrales), y Movimiento Ciudadano se adjudica la candidatura al estado de Jalisco, con una figura que aparece muy arriba en las encuestas (el alcalde de Guadalajara, Enrique Alfaro) sin necesidad de que se le sumen panistas y perredistas.
Así pues, el único aspirante a la Presidencia el próximo año, con el aval de uno o varios partidos políticos, pero sin una militancia real, será José Antonio Meade, reconocido por propios y extraños como un eficaz servidor público, sin mácula de corrupción, con una trayectoria que le permite poseer una amplia visión del momento que vive el país y de las medidas que será necesario tomar para impulsarlo hacia nuevos y promisorios escenarios.
Pero Enrique Peña Nieto sabe que su trabajo no concluye con la designación del candidato de su partido para sucederlo. Ahora hay que hacerlo ganar, y ese es un terreno en el que el actual Presidente se asume como un “especialista”.
Este año utilizó su tierra natal, el estado de México, como laboratorio… y le funcionó.
Operó para desactivar la alianza entre panistas y perredistas. Al final ambos partidos demostraron que por separado no son rivales de cuidado. Hizo lo necesario para que la contienda fuera entre dos: Morena y el PRI.
Enrique Peña Nieto sabe que a Morena se le puede ganar, pues es una organización política que basa todas sus expectativas en el voto de castigo al gobernante y en la figura mesiánica de su dirigente nacional, pero carece de estructura electoral y de operación política.
Es muy probable que Morena no consiga cubrir todas las casillas del país, y en caso de lograrlo, muchos de sus representantes demostrarán el día de la elección su inexperiencia, su ingenuidad, frente a verdaderos zorros en la materia.
Otro factor que consideró Peña Nieto fue la participación de los gobernadores, los que fueron fundamentales para que él consiguiera la victoria. Aunque ahora el PRI gobierna menos estados, José Antonio Meade trabajó en la construcción de acuerdos, de alianzas políticas con muchos de los actuales mandatarios estatales, sin importar su filiación política (al fin y al cabo él no es priista) y eso tendrá que reflejarse en las urnas.
A partir de ahora, sin embargo, no todas las decisiones las tomará el Presidente.
Ya hay candidato y éste también habrá de opinar. Es en esa disyuntiva donde se analiza el caso de Veracruz.
Miguel Ángel Yunes Linares había construido un acuerdo con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, ante la eventualidad de que él fuera el abanderado priista. Yunes Linares le ofreció que lo haría ganar la contienda presidencial en Veracruz, con la condición de que le allanara el camino a su sucesor, su hijo Miguel Ángel Yunes Márquez.
Ese acuerdo, sin embargo, no opera con Meade. Él sabe que Yunes Linares “no es de fiar” y nada le garantiza que cumpla su compromiso. Para él la mejor apuesta en Veracruz es Pepe Yunes, y está convencido de que ambos ganarán en esta entidad.
No habrá acuerdos “en lo oscurito”. Los dos “Pepes” tienen su mayor fortaleza en su prestigio como políticos honestos.
Esa será su bandera y con base en la honestidad y en propuestas congruentes y viables, buscarán captar los votos que necesitan para salir victoriosos.
Se acabaron los tiempos en los que para ganar hay que ser peor que el que se va.
Al menos en Veracruz los ciudadanos ya lo entendieron.
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Epílogo.
Un escándalo más en materia de inseguridad. Ahora fue el contador Luis Ernesto Gamundi Gutiérrez, reconocido como uno de los fiscalistas más importantes del país. Fue acribillado la mañana de este martes en la autopista Poza Rica-Cazones. Los sicarios también le arrebataron la vida al chofer de Gamundi Gutiérrez. Elementos de la Policía Estatal acudieron al sitio de la balacera y encontraron una camioneta Jeep Cherokee blanca, con impactos de bala en el parabrisas y la ventanilla del lado copiloto. En el interior se hallaba sin vidaLuis Ernesto Gamudi. A un costado de la unidad, tirado sobre el pavimento, quedó el cuerpo sin vida de su chófer. *** ¿Qué más hace falta?
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