Es la incongruencia en pleno de ese político que siempre presumió su concordancia entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía… y que a la vejez se dejó contagiar tal vez por la viruela de los intereses.
Bueno, el germen de la incongruencia empezó a saltar en el alvaradeño crecido en Córdoba desde el origen mismo de su partido, llamado en un principio Convergencia Democrática, pero en el que solamente convergía impávida la voluntad de su creador, a despecho de la democracia que presumía en el nombre.
Y el pináculo fue cuando el líder moral y económico de Movimiento Ciudadano, que presumió tanto su conocimiento de las ciencias sociales, la profundidad de su pensamiento político, el Dante de este nuevo siglo de las luces, aceptó que el mensaje que su partido mandaría al mundo en las elecciones de 2016 ¡sería un jingle cantado por un niño de ocho años, lleno de ritmo pero vacío de contenido!
Tantos libros, tanto estudio, tantas ideas atrevidas lanzadas en largas conversaciones, en discusiones agudas en las que Dante se emocionaba, se enervaba, se daba en cuerpo y alma, para que terminara con el Nanananá de Yuawi.
Y después vino lo peor de todo: la concesión a la dignidad tantas veces proclamada, para aceptar que el hijo de su enemigo de antaño sea el candidato de su partido.
Quiso Dante tener un rasgo de congruencia, un último suspiro de su íntimo decoro, y no se presentó en Xalapa al registro del candidato Yúnior en las oficinas de Movimiento Ciudadano. También ordenó que no fueran otros jerarcas del partido. Pero ese gesto ridículo no fue más que la expresión grotesca de su congruencia incongruente.
“Soy, pero no soy. Voy, pero no voy. Soy, pero no voy”.
¿Dónde quedó aquella valentía que lo llevó a la gubernatura? ¿Dónde el digno preso político que sobrevivió a la injusticia?
Me disculpas, Dante, pero te desconozco.
Y no soy el único.
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