Como si uno tuviera todo el tiempo del mundo y enormes ganas de charlar con un desconocido, la persona del otro lado de la línea empieza por preguntar por el estado de ánimo y de salud del incauto que dijo sí, con un entusiasmo que deja pálido al más entusiasta de los amigos o parientes.
—Hola, ¿qué tal? ¿Está pasando un buen día? —dice la voz impersonal desde el otro lado, como si le importara mucho nuestro estado de ánimo, y no hay más remedio que contestar:
—Pues bien en general, aparte de un problema ontológico moderado, por el hecho de que mi ocupación profesional dejó de ser demandada en el mercado, y eso me ha traído serios problemas económicos que, por ejemplo, no me han permitido pagar a tiempo mis tarjetas de crédito
Intuirá la lectora, entenderá el lector que la llamada es obviamente con el fin de cobrar por algún pago atrasado, y en este caso el que la recibió optó por entrar de lleno al tema.
Pero el telefonista está muy bien instruido, y alguien le dijo que sólo podía tocar el asunto del atraso del pago hasta que hubiera completado satisfactoriamente la etapa de ganarse la confianza del cliente/víctima con cuando menos tres minutos de conversación insulsa, cronómetro en mano. Por eso, hace como si no hubiera escuchado nada y sigue con su preocupación artificial:
—¡Qué bien! Espero que su ocupación profesional le dé realizaciones plenas…
Es el momento en que el acosado termina con su paciencia, interrumpe al impertinente y le dice:
—Mire, sé que me habla para cobrarme, así que dígame lo que tiene que decirme y deje a un lado esas hipocresías de que le importa cómo me siento.
De inmediato, quien está al otro lado salta y dice que de ninguna manera está cobrándole nada. Como los bancos tienen vedado acosar a sus clientes morosos, inventan esas charlas insulsas con la que sus telefonistas les hacen saber sin decirlo que tienen que pagar.
Bueno, el acoso consiste en que esos “amables” y “preocupados” llamados se van haciendo cada vez más numerosos, y personas han llegado a contar hasta 30 telefonemas en un día, que empiezan un minuto después de las 7 de la mañana y terminan un minuto antes de las 10 de la noche.
Son una verdadera tortura de nuestros tiempos, que no ha podido evitar ninguna ley, y que mantiene en vilo a muchos ciudadanos honestos pero víctimas de la situación económica del país y el mundo.
Pero que conste que los bancos no cobran a quien se retrasó… tan buenos que son ellos.
Ah, y una más, cuando finalmente el moroso consigue ponerse a mano, entra una llamada más, ya no para cobrarle, sino ¡para agradecerle el pago!
No hay que ser…
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